viernes, 18 de marzo de 2011

CÓMO SE CURA EL CÁNCER.-



Según los diccionarios de la Tierra, el cáncer es “una neoplasia con atipia celular, de evolución maligna”. Casi siempre incurable y con tendencia a generalizarse. Por el parecer de la ciencia médica terrestre, siempre es una pérdida de la capacidad regulativa del organismo para mantener ordenada la reproducción de las células de un tejido determinado. No digo nada nuevo.
Se ha observado estadísticamente, que el número de enfermedades neoplásicas aumenta a partir del cuarto decenio de la vida y que su incidencia crece entre los 50 y 60 años. El tratamiento que recibe, generalmente, es la extirpación del tumor maligno y de las metástasis, completándose con fisioterapia o mediante quimioterapia.
Las causas del cáncer, todavía poco conocidas, se atribuyen a tres grupos de factores: radiaciones ionizantes, ciertas sustancias químicas y virus. Algunas teorías apuntan el papel preponderante de estos últimos y otorgan a las otras causas una función de mero desencadenante del proceso cancerígeno. Eso es lo que dice la Ciencia oficial. Si yo no lo he interpretado mal.
Sin embargo, se dijo y está escrito, que “Dios concede la Verdad a los humildes y se la escamotea a los soberbios y a los que se creen sabios sin serlo”. Hace varios años, una parcela de esta Verdad, fue concedida por el Padre Creador a uno de estos humildes y sencillos, que los “dioses” de la Ciencia humana menosprecian, y descubrió que “el cáncer no es de naturaleza viral, sino que tiene su origen en la causa de un desequilibrio cinético de la célula, la cual, debido al relajamiento de la energía que la compenetra, produce secreciones cancerosas.”
Lógicamente, una vez dicho esto, para explicar qué debe entenderse por “desequilibrio cinético” y por “relajamiento de energía”, habrá que formular dos preguntas fundamentales:
1ª.- ¿Cuál es la energía que mantiene la cohesión de la célula?
2ª.- ¿Cuál es la causa que provoca el relajamiento de la vibración de dicha energía?
Veamos:
El hombre físico, en su naturaleza, no es solamente la resultante de una combinación química (según una interpretación monovalente de ciertos sectores de la ciencia), sino que es, sobre todo, la materialización de cierta energía, de la cual, su naturaleza psíquica, caracterizada por un ritmo de movimiento diferenciado, es ASTRAL, o sea SOLAR.
Es esta energía solar la que cohesiona el sistema celular del organismo humano y lo hace vibrar de conciencia vital.
El Sol, en efecto, es una verdadera y propia glándula endocrina del cuerpo del macroser, dentro del cual nosotros, los humanos, estamos contenidos como instrumentos instruidos por el dinamismo diferenciado de la energía psíquica solar y obligados, por tanto, a una organización psicobiofísica.
Esto es debido al hecho de que en el Sol, en virtud de su particular función, reside aquella Inconmensurable Inteligencia Cósmica que, como causa principal de todos los efectos manifestativos de su creación, plasma, organiza y riega de vital conciencia todas las estructuras de los mecanismos astrofísicos y biofísicos que quieren ser Sus propias capacidades expresivas en la dimensión tiempo – espacio. Por tanto, todo cuerpo material (mineral, vegetal, animal y humano) es la resultante del poder vibratorio de esta energía, cuyo dinamismo está instruido en el cuadro de un preciso esquema de comportamiento programado, según reglas fijas e inviolables.
La validez de estas afirmaciones está corroborada, además, por las de los científicos terrestres, los cuales, no hace mucho, “descubrieron que todos los seres vivientes (plantas, animales, seres humanos) no están dotados solamente de un cuerpo físico, compuesto por átomos y moléculas, sino que tienen como contrapartida un cuerpo de energía que no es eléctrica, ni electromagnética, sino una forma de energía todavía no clasificada debidamente, desconocida.” Esta energía, que la ciencia terrestre ha llamado “Campo estructural de formas”, aunque responde mejor a la denominación cósmica de “Inteligencia Creativa”, es la que mantiene la coherencia entre las células del cuerpo humano y las pone en estado de vibración vital, según un ritmo que está en sintonía con la fuerza energética del Campo Organizador Primario, o Inteligencia Cósmica.
Con lo expuesto, queda contestada, espero, la primera pregunta.
Veamos cuál es la causa del relajamiento del poder vibratorio de esta energía:
La ciencia de los humanos sabe hoy que las células vivientes, sea cual sea el organismo que las tenga, tienen una mente y una memoria propias, no solamente en el cerebro sino en todo el cuerpo. Ellas, en efecto, tienen el poder de renovarse y de multiplicarse desde que nacemos hasta la muerte.
A propósito del cáncer, en Noviembre de 1972, en la ciudad de Méjico, se inauguró el Cuarto Congreso Coloquio Internacional Lepetit, al que participaron setenta estudiosos de muchos países, entre los cuales estaban algunos Premios Nobel de Medicina y Química. El tema tratado fue el siguiente: ESTUDIO DE LOS MECANISMOS VITALES DE LA CÉLULA. He aquí una de las conclusiones a las que llegaron: “…Una célula puede volverse maligna porque haya HEREDADO, a nivel de sus ácidos nucleicos, ciertas estructuras químicas que pueden quedar escondidas muchos años para luego estallar provocando la enfermedad…”
La pregunta podría ser ésta: ¿Qué se debe entender por “la célula ha heredado”? O bien: ¿Qué es lo que las células nuevas heredan de las células viejas?
Una contestación que convence proviene de la medicina psicosomática, el lenguaje de la cual nos dice que en el hombre, el poder de autorrenovación de las células resulta frenado y entorpecido por la acumulación de errores, represiones, frustraciones, desengaños, miedos, angustias y tensiones de todas clases que lo asaltan diariamente y que se imprimen en la “memoria celular”, atropellando la inercia de la fuerza vital presente cuando se nace.
Las células, en consecuencia, no pueden continuar su autorrenovación frente a todos estos obstáculos. En breve espacio de tiempo, ellas, memorizando tal cantidad de inhibidores, pasan desde un esquema normal de comportamiento a otro irregular. O sea, lo que ocurre es que la memoria del peso y del freno se transmite desde la célula vieja a la nueva, la cual, a su vez, memoriza la propia experiencia y la transmitirá a la célula sucesiva. Tales “recuerdos”, así acumulados, son por sí mismos suficientes para provocar el relajamiento del poder vibratorio de la energía que alimenta el sistema celular.
El resultado es la secreción de una sustancia química que los científicos denominan, tras las conclusiones de sus Congresos: “EPISOMA, que resulta ser una parte funcional del ácido nucleico y que parece implicado en mecanismos muy importantes tales como la inmunidad, el desarrollo del organismo, el envejecimiento y EL CÁNCER…” Y añaden: “…parece que exista una relación entre los episomas y el mecanismo a través del cual aparece el cáncer…”
Se tiene la impresión de que la ciencia terrestre intenta dar una contestación, sin percibirlo realmente, cuando dice: “Los EPISOMAS – llamados “factor R” – que nosotros llevamos, tal vez, desde que nacemos”, a lo que expresa la verdadera ciencia de otras civilizaciones más avanzadas, en el sentido de que el cáncer no es producido por virus provenientes del exterior del organismo, sino la sustancia que la célula segrega cuando, muy pesada y frenada por la acumulación de tensiones, sufre una relajación o aflojamiento del poder vibratorio de la energía (psíquica) que la cohesiona y vitaliza.
Respecto a esto, se podría objetar si en los animales afectados por tumores se puede hablar de represiones, frustraciones y tensiones como causas creadoras del cáncer? La contestación es SÍ, porque también el HAMBRE es causa de tensiones. Y no solamente eso: la fuerza de gravedad actúa también como freno e influye sobre el poder de autorrenovación de las células. ¿Cómo se podría si no explicar la vejez?
Si pensamos en el potencial de la fuerza impulsora de un proyectil al que la resistencia del aire y la atracción de la gravedad lo frenen gradualmente, reduciendo su velocidad hasta caer al suelo, podremos ver que lo mismo sucede con las células cuyo potencial vibratorio, frenado por la fuerza de gravedad y muy pesado por la acumulación de tensiones de toda clase, se va relajando cada vez más, hasta que, al final, algún organismo o complejo de organismos resulta demasiado débil para funcionar.
Nosotros llamamos a esto: enfermedad, vejez, muerte.
El conjunto de la actual ciencia humana es todavía un valor monovalente, a causa de lo cual la confusión y los enigmas de los valores singulares están en la base de las contradicciones nacidas de las distintas interpretaciones de los hechos. El saber humano de una ciencia, que sabe pero no entiende, es una medida aparente, o sea la pretensión de “hechos demostrados”, que, en realidad, son sencillamente asuntos extraídos de hechos relativos.
A causa de sus prejuicios y preconceptos, el hombre está acostumbrado a establecer anticipadamente cuáles formas y cuáles costumbres debe asumir y endosar la Verdad, y por eso no la reconoce cuando le sucede que la encuentra. Tal vez sea porque la Verdad es un desafío a su voluntad de admitir que podría obtener otras contestaciones distintas a las que ya cree tener.
No fue éste el caso del doctor Bonifacio, médico de un pequeño pueblo de Sicilia. Hombre humilde, sencillo y honesto, que soñó y su sueño fructificó en algo para hacer el bien a sus enfermos, sin más interés que el placer de ayudarles: un suero obtenido del intestino de la cabra, animal que no padece cáncer, cosa que no es sabida por muchos.
Cuando vio los efectos positivos que conseguía entre sus enfermos, lo dio a la publicidad. Pero, en un mundo como éste, ya se sabe: las cosas simples no llegan. Hay muchos intereses mezquinos que lo impiden. Una verdadera pena, porque este suero, un poco más elaborado, hubiera conseguido, con escaso coste, unos sorprendentes y definitivos resultados contra los tumores cancerígenos, ya que actúa a nivel etérico.
Se sabe que el cuerpo es un todo y que los alimentos le nutren. La cabra también se rige por esta ley, con algo especial que el modesto médico rural italiano llegó a descubrir: Su leche mantiene toda la fuerza etérica y puede actuar sobre el equilibrio de la célula.
En mundos más evolucionados que el nuestro, se sabe, en virtud de una lógica volumétrica (la de este mundo es lineal), que consiste en no considerar “hechos relativos” como “absolutos”, que a fin de que un organismo celular (o una sociedad humana) pueda funcionar siempre al máximo rendimiento, es necesario que el hombre tenga la Voluntad de desprenderse de todos los preconceptos y prejuicios que actúan como freno y peso en el proceso de autorrenovación de las células, y que, además de las enfermedades psicofísicas, son el manantial de aquel azote llamado cáncer. Es frecuente observar cómo una teoría especulativa del “genio” científico de turno, se transforma en ley absoluta; un procedimiento apenas sugerido, en un rito intangible y una afirmación provisional en un evangelio. Luego, en la práctica, todo queda en nada.
Lo que acaece en este mundo, puede parangonarse con lo que sucede en una floresta de árboles gigantes, donde los pequeños arbustos enferman y mueren. Necesitan del sol para crecer y no lo reciben. Solamente al borde de la floresta, donde el sol puede penetrar, encuentran el ambiente apto para crecer. En el centro pueden sobrevivir sólo aquellos que están en condiciones de poderse adaptar a la semioscuridad. Se adaptan y sobreviven, pero no pueden soportar cambio alguno, tanto que ya no podrían resistir tampoco la iluminación solar directa.
Lo mismo puede decirse de la actual sociedad humana: los árboles gigantes son los “Grandes Cerebros” que forjan las “grandes ideas”. Los arbustos corresponden a la gran masa de la humanidad, imposibilitada de desarrollar ideas propias nuevas a causa de las “grandes ideas” que la dominan y la someten. En esta enmarañada floresta en la que vive el ser humano, pueden sobrevivir exclusivamente los hombres dispuestos a adaptarse al dominio de los grandes cerebros. Se adaptan y sobreviven, pero no pueden soportar cambio alguno, ni las ideas que en otra parte son normalmente aceptadas por su mayor evolución.
Hoy, tanto las “pequeñas” como las “grandes” ideas de este mundo se están muriendo, a pesar de los muchos intentos de adaptación en un ambiente planetario que cambia continuamente. Están muriéndose porque son monovalentes, limitadas, pobres, y también porque los varios intentos de adaptación a los cuales han sido aplicadas las han retorcido de tal manera y transformado hasta tal punto, que resultan una monstruosidad. El mismo hecho de que sean retorcidas y transformadas las destruye, y destruye, al mismo tiempo, la sociedad que las ha adoptado.
Y, como la voluntad colectiva de esta sociedad no quiere ser desafiada por la Verdad, ya que está acostumbrada desde hace mucho tiempo a destrozar al individuo o la cosa que intente decirle aquello que no quiere oír o no entiende, es por lo que, en la batalla contra el cáncer, los humanos siempre han salido derrotados y fracasados. Porque no existe ninguna posibilidad de que se produzcan ideas polivalentes donde dominan las monovalentes de los grandes cerebros.
Si hubiera intentos de cambios, se producirán siempre en los márgenes de la floresta, y por obra de aquellos hombres cuya mente esté libre de cualquier estructura de prejuicios y preconceptos. Un ejemplo de ello, lo fue, en su día, el doctor Bonifacio.
¿Sería sorprendente comprobar una estadística que proporcionara el porcentaje de cabreros que padecen cáncer comparada con las de otros estamentos?

José García Álvarez
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