jueves, 13 de octubre de 2011

DIME TU ENFERMEDAD Y TE DIRÉ EL PORQUE...

"Cuando el cuerpo habla... lo que la boca calla"

“La enfermedad es un conflicto entre la personalidad y el alma” R. Bach
Un maestro decía que las enfermedades son “cristalizaciones de las emociones contenidas”:
Tomado del libro de Louise Hay... "Usted puede sanar su vida"

Estos dos capitulos, corresponden a los mensajes ocultos de las enfermedades.

BUSCA CUAL ES TU ENFERMEDAD O DOLENCIA Y SABRAS EL PORQUE...

Puedes descargar el libro completo en la parte final...

Namaste

Alexisa.-Sincrodestino 2012

El cuerpo

«Con amor escucho los mensajes de mi cuerpo.-

Estoy convencida de que nosotros mismos creamos todo lo que llamamos «enfermedad». El cuerpo, como todo en la vida, es un espejo de nuestras ideas y creencias. El cuerpo está siempre hablándonos; sólo falta que nos molestemos en escucharlo. Cada célula de su cuerpo responde a cada una de las cosas que usted piensa y a cada palabra que dice.

Cuando un modo de hablar y de pensar se hace continuo, termina expresándose en comportamientos y posturas cor­porales, en formas de estar y de «mal estar». La persona que tiene continuamente un gesto ceñudo no se lo creó tenien­do ideas alegres ni sentimientos de amor. La cara y el cuer­po de los ancianos muestra con toda claridad la forma en que han pensado durante toda una vida. ¿Qué cara tendrá usted a los ochenta años?

En este capítulo no sólo incluyo mi lista de «modelos mentales probables» que crean enfermedades en el cuerpo, sino también los «nuevos modelos o afirmaciones mentales» que se han de usar para crear salud, y que ya aparecieron en mi libro Curar el cuerpo. Además de estas breves enume­raciones, me detendré en algunas de las afecciones más co­munes, para darles una idea de cómo nos creamos estos pro­blemas.

No todos los equivalentes mentales son válidos en un ciento por ciento para todos. Sin embargo, nos servirán como punto de referencia para comenzar a buscar la causa de la enfermedad. En Estados Unidos muchas personas que trabajan en el campo de las terapias alternativas usan mi li­bro Curar el cuerpo en su trabajo cotidiano, y encuentran que las causas mentales explican entre un noventa y un no­venta y cinco por ciento de los casos.


La cabeza nos representa. Es lo que mostramos al mundo, la parte de nuestro cuerpo por la cual generalmente nos re­conocen. Cuando algo anda mal en la región de la cabeza, suele significar que sentimos que algo anda mal en «noso­tros».

El pelo representa la fuerza. Cuando estamos tensos y asustados, es frecuente que nos fabriquemos estas «bandas de acero» que se originan en los músculos de los hombros y desde allí suben a lo alto de la cabeza; a veces incluso rodean los ojos. El pelo crece desde los folículos pilosos, y cuando hay mucha tensión en el cuero cabelludo, puede estar some­tido a una presión tal que no le deja respirar, provocando así su muerte y su caída. Si la tensión se mantiene y el cuero ca­belludo no se relaja, el folículo sigue estando tan tenso que el pelo nuevo no puede salir, y el resultado es la calvicie.

En las mujeres, la calvicie ha ido en aumento desde que empezaron a entrar en el «mundo de los negocios», con to­das sus tensiones y frustraciones, aunque no se hace tan evi­dente en ellas porque las pelucas para mujeres son suma­mente naturales y atractivas. Lamentablemente, los postizos masculinos todavía son demasiado visibles desde bastante lejos.

Estar tenso no es ser fuerte. La tensión es debilidad. Es­tar relajado, centrado y sereno, eso es ser realmente fuerte. Sería bueno que todos relajásemos más el cuerpo, y muchos necesitamos también relajar el cuero cabelludo.

Inténtelo. Dígale a su cuero cabelludo que se relaje, y ob­serve si hay alguna diferencia. Si tiene una sensación percep­tible de relajación, yo le diría que practique con frecuencia este ejercicio.

Los oídos representan la capacidad de oír. Cuando hay problemas con los oídos, eso suele significar que a uno le está pasando algo de lo que no se quiere enterar. El dolor de oídos indica que lo que se oye provoca enfado.


Se trata de un dolor común en los niños, que a menudo tienen que oír en casa cosas que realmente no quieren escu­char. Con frecuencia, las normas de la casa prohíben a los niños expresar su enojo, y su incapacidad para cambiar las cosas les provoca el dolor de oídos.

La sordera representa una negativa, que puede venir de mucho tiempo atrás, a escuchar a alguien. Observen que cuando un miembro de una pareja es «duro de oído», gene­ralmente el otro es charlatán.

Los ojos representan la capacidad de ver, y cuando tene­mos problemas con ellos eso significa, generalmente, que hay algo que no queremos ver, ya sea en nosotros o en la vida, pasada, presente o futura.

Siempre que veo niños pequeños que usan gafas, sé que en la casa está pasando algo que ellos no quieren mirar. Ya que no pueden cambiar la situación, encuentran la manera de no verla con tanta claridad.

Muchas personas han tenido experiencias de curación im­presionantes cuando se han mostrado dispuestas a retroce­der en el pasado para hacer una «limpieza», y tirar aquello que no querían ver uno o dos años antes de que tuvieran que em­pezar a usar las gafas.

¿No estará usted negando algo que sucede en su presen­te? ¿Qué es lo que no quiere enfrentar? ¿Tiene miedo de contemplar el presente o el futuro? Si pudiera ver con clari­dad, ¿qué vería que ahora no ve? ¿Puede ver lo que está ha­ciéndose a sí mismo?

Sería interesante considerar estas preguntas.

Los dolores de cabeza provienen del hecho de desautori­zarnos a nosotros mismos. La próxima vez que le duela la ca­beza, deténgase a pensar cómo y cuándo ha sido injusto con usted mismo. Perdónese, no piense más en el asunto, y el co­lor de cabeza volverá a disolverse en la nada de donde salió.

Las migrañas o jaquecas se las crean las personas que quieren ser perfectas y que se imponen a sí mismas una pre­sión excesiva. En ellas está en juego una intensa cólera repri­mida. Es interesante señalar que casi siempre una migraña se puede aliviar masturbándose, si uno lo hace tan pronto como el dolor se inicia. La descarga sexual disuelve la ten­sión y, por lo tanto, el dolor. Tal vez a usted no le apetezca masturbarse en ese momento, pero vale la pena probarlo. No se pierde nada.

Los problemas en los senos paranasales, que se manifies­tan en la cara, en la zona más próxima a la nariz, significan que a uno lo irrita alguien que es una presencia muy próxi­ma en su vida. Hasta es posible que sienta que esa persona lo está sofocando o aplastando.

Empezamos por olvidarnos de que las situaciones las creamos nosotros, y entonces abdicamos de nuestro poder, culpando a otra persona de nuestra frustración. No hay per­sona, lugar ni cosa que tenga poder alguno sobre nosotros, porque en nuestra mente la única entidad pensante somosnosotros. Nosotros creamos nuestras experiencias, nuestra realidad y todo lo que hay en ella. Cuando creamos en nuestra mente paz, armonía y equilibrio, eso es lo que en­contramos en la vida.

El cuello y la garganta son fascinantes porque es mucho lo que pasa en esa zona. El cuello representa la capacidad de ser flexibles en nuestra manera de pensar, de ver los diver­sos aspectos de una cuestión y de aceptar que otras perso­nas tengan puntos de vista diferentes. Cuando hay proble­mas con el cuello, generalmente significan que nos hemos «atrincherado» en nuestro concepto de una situación.


Cada vez que veo a alguien que lleva uno de esos «cue­llos» ortopédicos, sé que es una persona muy presuntuosa, que se obstina en no ver el otro lado de las cosas.

Virginia Satir, una brillante terapeuta estadounidense, dice que tras algunas investigaciones «caseras» descubrió que hay más de 250 maneras diferentes de fregar platos, que


dependen de quién los friegue y de lo que use. Si nos empe­ñamos en creer que no hay más que «una manera» o «un solo punto de vista», estamos cerrando una puerta que deja fuera la mayor parte de la vida.

La garganta representa nuestra capacidad de «defender­nos» verbalmente, de pedir lo que queremos, de decir «yo soy», etcétera. Cuando tenemos problemas con ella, eso sig­nifica generalmente que no nos sentimos con derecho a ha­cer esas cosas. Nos sentimos inadecuados para hacernos valer.

El dolor de garganta es siempre enfado. Si además hay un resfriado, existe también confusión mental.

La laringitis significa generalmente que uno está tan enojado que no puede hablar.

La garganta representa también el fluir de la creatividad en nuestro cuerpo. Es el lugar del cuerpo donde expresamos nuestra creatividad, y cuando la frustramos y la sofocamos, es frecuente que tengamos problemas de garganta. Todos sabemos cuántas personas hay que viven toda su vida para los demás, sin hacer jamás lo que quieren. Siempre están complaciendo a madres, cónyuges, amantes o jefes. La amigdalitis y los problemas tiroideos no son más que crea­tividad frustrada, incapaz de expresarse.

El centro energético situado en la garganta, el quinto chakra, es el lugar del cuerpo donde tiene lugar el cambio. Cuando nos resistimos al cambio, o nos encontramos en pleno cambio, o estamos intentando cambiar, es frecuente que tengamos mucha actividad en la garganta o cuando oiga toser a otra persona. Cuando tosa, pregúntese: «¿Qué es lo que se acaba de decir? ¿A qué estamos reaccionando? ¿Es resistencia y obstinación, o es que el proceso de cambio se está produciendo?». En mis seminarios, uso las toses como un medio de autodescubrimiento. Cada vez que alguien tose, hago que se toque la garganta y diga en voz alta: «Es­toy dispuesto a cambiar» o «Estoy cambiando».

Los brazos representan nuestra habilidad y nuestra aptitud para abrazar las experiencias y vivencias de la vida. El brazo tiene que ver con las aptitudes, y el antebrazo con las habilidades. En las articulaciones almacenamos las viejas emociones, y los codos representan nuestra flexibilidad para cambiar de dirección. ¿Es usted flexible para cambiar de di­rección en la vida, o las viejas emociones lo mantienen atas­cado en un mismo punto?

Las manos sujetan, sostienen, estrechan, aterran. Deja­mos que las cosas se nos escurran de entre los dedos, o nos aferramos a ellas durante demasiado tiempo. Somos mani­rrotos, actuamos con mano dura, tenemos las manos de mantequilla, nos manejamos bien o somos incapaces de ma­nejar nada.

Sujetamos algo por la manija, damos manotazos, casti­gamos a alguien por tener la mano larga o le echamos una mano, guardamos las cosas a mano, tenemos buena o mala mano, alguien es un manotas o nuestra mano derecha.


Las manos pueden ser suaves y flexibles o estar endurecidas y nudosas por exceso de cavilaciones o retorcidas por la artritis y el espíritu crítico. Las manos crispadas son las ma­nos del miedo; miedo a perder, a no tener nunca lo suficien­te, a que lo que se tiene se vaya si no lo sujetamos firme­mente.

Aferrarse demasiado a una relación no sirve más que para hacer que la otra persona huya, desesperada. Las manos fuertemente crispadas no pueden recibir nada nuevo. Sacu­dir las manos libremente, sueltas desde las muñecas, da una sensación de aflojamiento y de apertura.

Lo que le pertenece no puede serle arrebatado, así que re­lájese.

Los dedos tienen cada uno su significado. Los problemas en los dedos nos dicen dónde hay necesidad de relajarse y desentenderse. Si se hace un corte en el índice, es probable que haya en usted algún temor relacionado con su yo en al­guna situación presente. El pulgar es el dedo mental y re­presenta las preocupaciones. El índice es el yo, y el miedo.


El dedo del medio tiene que ver con el sexo y con la cólera. Cuando esté enojado, cójase el dedo del medio y verá cómo se disuelve el enojo. Coja el de la mano derecha si el enojo es con un hombre, y el de la mano izquierda si es con una mujer. El anular representa, a la vez, las uniones y el sufri­miento, y el meñique tiene que ver con la familia, y la fal­sedad.

La espalda representa nuestro sistema de apoyo. Tener problemas con ella significa generalmente que no nos senti­mos apoyados, ya que con demasiada frecuencia creemos que sólo encontramos apoyo en nuestro trabajo, en la fami­lia o en nuestra pareja, cuando en realidad contamos con el apoyo total del Universo, de la Vida misma.

La parte superior de la espalda tiene que ver con la sen­sación de no tener apoyo emocional. «Mi marido (mujer, amante, amigo o jefe) no me entiende o no me apoya.»

La parte media se relaciona con la culpa, con todo eso que dejamos a nuestras espaldas. ¿Tiene usted miedo de ver lo que hay allí detrás, a sus espaldas? ¿Quizá se lo está ocul­tando? ¿Se siente apuñalado por la espalda?

¿Se encuentra realmente agotado? Sus finanzas, ¿están he­chas un lío, o usted se preocupa excesivamente por ellas? Entonces, es probable que tenga molestias en la zona lum­bar. La causa está en la falta de dinero o el temor de no tener lo suficiente. La cantidad que usted tenga no tiene nada que ver con eso.

Hay tanta gente que siente que el dinero es lo más impor­tante que hay en la vida, y que no podríamos vivir sin él... Pero eso no es cierto. Hay algo mucho más importante y más precioso para nosotros, sin lo cual no podríamos vivir. ¿Qué es? Pues, el aire.

El aire es la sustancia más preciosa para la vida, y sin em­bargo, cuando lo exhalamos estarnos seguros de que habrá más aire para seguir respirando. Si no lo hubiera, no dura­ríamos ni tres minutos. Pues entonces, si el Poder que nos ha creado nos ha dado el aire y la capacidad de respirar su-


ficiente para todo el tiempo que hayamos de vivir, ¿no po­demos confiar en que también todas nuestras demás nece­sidades están previstas?

Los pulmones representan nuestra capacidad de recibir y dar vida. Los problemas pulmonares suelen significar que tenemos miedo de recibir la vida, o quizá que nos sentimos sin derecho a vivir plenamente.

Las mujeres se han caracterizado tradicionalmente por su respiración superficial, y con frecuencia se han considerado ciudadanas de segunda clase, que no tenían derecho a su propio espacio, y en ocasiones, ni a vivir siquiera. Hoy, todo eso está cambiando. Las mujeres están ocupando su lu­gar como miembros de pleno derecho en la sociedad, y es­tán respirando plena y profundamente.

A mí me agrada verlas practicar deportes. Las mujeres siempre han trabajado en el campo, pero hasta donde yo sé, ésta es la primera vez en la historia que se han incorporado al mundo del deporte. Y es un placer ver cómo se forman esos cuerpos espléndidos.

El enfisema y el exceso de tabaco son dos formas de ne­gar la vida que enmascaran un profundo sentimiento de ser totalmente indigno de existir. Los reproches no harán que nadie deje de fumar. Lo primero que tiene que cambiar es esa creencia básica.

Los pechos representan el principio de la maternidad. Cuando hay problemas con ellos, eso significa generalmen­te que nos estamos «pasando» en nuestro rol de madres, ya sea en relación con una persona, un lugar, una cosa o una experiencia.

Parte del proceso que exige el rol de madre es permi­tir que los hijos crezcan. Es necesario saber cuándo tenemos que cruzarnos de brazos, entregarles las riendas y dejarlos en paz. La persona sobreprotectora no prepara a los demás para enfrentar y manejar su propia experiencia. A veces hay situaciones en que con nuestra actitud dominante cortamos las agallas a nuestros hijos.


Si el problema es el cáncer, lo que está en juego es, ade­más, un profundo resentimiento. Libérese del miedo, y sepa que en cada uno de nosotros reside la Inteligencia del Uni­verso.

El corazón representa el amor, y la sangre el júbilo. El corazón es la bomba que, con amor, hace que el júbilo cir­cule por nuestras venas. Cuando nos privamos del amor y el júbilo, el corazón se encoge y se enfría, y como resultado, la circulación se hace perezosa y vamos camino de la anemia, la angina de pecho y los ataques cardíacos.

Pero el corazón no nos «ataca». Somos nosotros los que nos enredamos hasta tal punto en los dramas que nos crea­mos que con frecuencia dejamos de prestar atención a las pequeñas alegrías que nos rodean. Nos pasamos años expul­sando del corazón todo el júbilo, hasta que, literalmente, el dolor lo destroza. La gente que sufre ataques cardíacos nun­ca es gente alegre. Si no se toma el tiempo de apreciar los placeres de la vida, lo que hace es prepararse un «ataque al corazón».

Corazón de oro, corazón de piedra, corazón abierto, sin corazón, todo corazón... ¿cuál de estas expresiones es la que cree que se ajusta más a usted?

El estómago se lo traga todo, digiere las ideas y experien­cias nuevas que tenemos. ¿Qué (o quién) es lo que usted no puede tragar? ¿Y lo que le revuelve el estómago?

Cuando hay problemas de estómago, eso significa gene­ralmente que no sabemos cómo asimilar las nuevas expe­riencias: tenemos miedo.

Muchos recordamos aún la época en que empezaron a popularizarse los aviones comerciales. Eso de meternos en un gran tubo metálico que debía transportarnos sanos y sal­vos por el cielo era una idea nueva y difícil de asimilar.

En cada asiento había bolsas de papel para vomitar, y casi todos las usábamos, tan discretamente como podíamos, y se las entregábamos bien dobladitas a las azafatas, que se pasaban buena parte del tiempo recorriendo el pasillo para recogerlas.


Ahora, muchos años después, sigue habiendo bolsas en todos los asientos, pero rara vez alguien las usa, porque ya hemos asimilado la idea de volar.

Las úlceras no son más que miedo, un miedo tremendo de «no servir para». Tenemos miedo de no ser lo que quie­ren nuestros padres o de no contentar a nuestro jefe. No podemos tragarnos tal como somos, y nos desgarramos las entrañas tratando de complacer a los demás. Por más im­portante que sea nuestro trabajo, interiormente nuestra autoestima es bajísima, y constantemente nos acecha el mie­do de que «nos descubran».

En este punto, la respuesta es el amor. La gente que se aprueba y se ama a sí misma jamás tiene úlceras. Sea dulce y bondadoso con el niño que lleva dentro, y ofrézcale todo el apoyo y estímulo que usted necesitaba cuando era pequeño.

Los genitales representan lo que hay de más femenino en una mujer, su feminidad, o lo que hay de más masculino en un hombre, su masculinidad; nuestro principio femeni­no o nuestro principio masculino.

Cuando no nos sentimos cómodos con nuestra condición de hombres o mujeres, cuando rechazamos nuestra sexuali­dad, cuando no aceptamos nuestro cuerpo por sucio o peca­minoso, es frecuente que tengamos problemas con la zona genital.

Rara vez me sucede encontrarme con una persona que haya sido criada en una casa en donde se llamara a los geni­tales y a sus funciones por su verdadero nombre. Todos cre­cimos rodeados de eufemismos. ¿Recuerda los que usaban en su casa? Pueden haber sido tan leves como «allí abajo», pero también pueden haber sido términos que le hacían sen­tir que sus genitales eran sucios y repugnantes. Sí, todos he­mos crecido creyendo que entre las piernas teníamos algo que no estaba del todo bien.

En este sentido, la revolución sexual que estalló hace unos años fue algo positivo. Decidimos apartarnos de la hi­pocresía victoriana y, de pronto, estaba bien tener vanas pa-


rejas, y tanto las mujeres como los hombres podíamos tener aventuras de una sola noche. Los intercambios conyugales se hicieron más abiertos, y muchos empezamos a disfrutar, de una manera nueva y diferente, del placer y de la libertad del cuerpo.

Sin embargo, pocos pensamos en encararnos con lo que Roza Lamont, fundadora del instituto de Comunicación Consigo Mismo, llama el «Dios de mamá». Sea lo que fuere lo que su madre le enseñó sobre Dios cuando usted tenía tres años, eso sigue estando en usted en un nivel subcons­ciente, a menos que conscientemente haya estado trabajan­do para liberarse de ello. ¿Era un Dios colérico y vengador? ¿Qué opinión tenía sobre los asuntos sexuales? Si todavía seguimos andando por el mundo con aquellos primeros sen­timientos de culpa por nuestra sexualidad y nuestro cuerpo, seguramente iremos en busca de castigos.

Los problemas anales y de vejiga, las vaginitis y las afec­ciones del pene y de la próstatapertenecen todos a la misma dimensión, y provienen de falsas creencias referentes al cuer­po y a la «corrección» y la «propiedad» de sus funciones.

Cada uno de nuestros órganos es una magnífica expresión de la vida. Si no se nos ocurre pensar que los ojos o el hígado sean sucios o pecaminosos, ¿por qué hemos de pensarlo de nuestros genitales?

El ano es tan hermoso como el oído. Sin el no tendríamos manera de deshacernos de lo que el cuerpo ya no necesita, y muy pronto nos moriríamos. Cada parte y cada función de nuestro cuerpo es perfecta y normal, natural y hermosa.

A mis clientes con problemas sexuales les digo que em­piecen a relacionarse con órganos como el recto, el pene o la vagina con un sentimiento de amor, apreciando sus fun­ciones y su belleza. Y si usted comienza a ponerse tenso o a encolerizarse al leer esto, pregúntese por qué. ¿Quién le dijo que negase una parte cualquiera de su cuerpo? Dios no, ciertamente. Nuestros órganos sexuales fueron creados no sólo para reproducirnos, sino también para darnos placer.


Negar esto es crear sufrimiento y castigo. La sexualidad no sólo está bien; es algo glorioso, maravilloso. Es normal que usemos nuestros órganos sexuales, como lo es que respire­mos o que comamos.

Por un momento, intente visualizar la vastedad del Uni­verso. Es algo que excede nuestra comprensión. Ni siquiera los científicos más importantes, con los equipos más avan­zados, pueden llegar a medir su tamaño. Dentro de este Universo hay muchísimas galaxias.

En una parte de las galaxias más pequeñas, en un rincón apartado, hay un sol muy de segundo orden, alrededor del cual giran unos cuantos granos de arena. Uno de ellos es el planeta Tierra.

A mí se me hace difícil creer que la vasta, increíble Inte­ligencia que creó la totalidad de este Universo no sea más que un anciano sentado sobre una nube, por encima de la Tierra, y que esté... ¡vigilando mis órganos sexuales!

Y, sin embargo, cuando éramos niños, a muchos nos en­señaron este concepto.

Es vital que nos liberemos de esas ideas tontas y pasadas de moda, que no nos sirven de apoyo ni nos alimentan. Yo siento con todas mis fuerzas la necesidad de creer que Dios está con nosotros, y no contra nosotros. Son tantas las reli­giones que hay para elegir, que si usted ahora tiene una que le dice que es un pecador y un gusano abominable, puede buscarse otra.

No estoy exhortando a la gente a que ande por ahí a to­das horas buscando contactos sexuales sin freno alguno. Lo que digo es que algunas de nuestras normas no tienen sen­tido, y por eso tanta gente las viola y vive según sus propias normas.

Cuando liberamos a alguien de la culpa sexual y le ense­ñamos a que se ame y se respete, automáticamente tenderá a tratarse -y a tratar a los demás— de la manera que le resul­ta más gratificante y que más gozo le proporcione. La razón de que muchas personas tengan tantos problemas con su sexualidad es que sienten rechazo y repugnancia hacia ellas mismas, y por eso se tratan mal... y tratan mal a los demás.


No basta con que en la escuela se enseñe a los niños la parte mecánica de la sexualidad. Es necesario que, en un ni­vel muy profundo, se les convenza de que su cuerpo, sus ge­nitales y su sexualidad son algo de lo que hay que regocijar­se. Yo creo realmente que las personas que se aman y, por lo tanto, aman su cuerpo son incapaces de abusar de sí mis­mas m de nadie más.

Considero que la mayoría de los problemas de vejiga provienen de que uno se siente irritado, generalmente, por su pareja. Estamos enfadados por algo que tiene que ver con nuestra condición de mujeres o de hombres. Las mujeres tienen más problemas de vejiga que los hombres porque son más propensas a ocultar sus agravios. También la vaginitis significa generalmente que una mujer ha sido afectivamente herida por su pareja. En los hombres, los problemas de próstata tienen mucho que ver con la autovaloración y con la convicción de que, a medida que envejecen, van siendo menos hombres. La impotencia añade un elemento de mie­do, y a veces se relaciona incluso con el despecho hacia una pareja pasada. La frigidez se origina en el miedo o la con­vicción de que está mal disfrutar del cuerpo. Puede venir también del autorrechazo e intensificarse en el contacto con un compañero poco sensible.

El síndrome premenstrual, que ha llegado a adquirir proporciones epidémicas, coincide con el incremento de cierta clase de anuncios en los medios de comunicación. Me refiero a los que nos acosan continuamente con la idea de que al cuerpo femenino hay que lavarlo, limpiarlo, desodorizarlo, ungirlo de cremas, empolvarlo, perfumarlo y vol­verlo a limpiar de mil maneras para que llegue a ser por lo menos aceptable. Al mismo tiempo que las mujeres van lle­gando a un status de igualdad, se las bombardea negativa­mente con la idea de que los procesos fisiológicos femeni­nos no llegan a ser del todo aceptables. Esto, unido a las enormes cantidades de azúcar que se consumen en la actua­lidad, crea un terreno fértil para la proliferación del síndro­me premenstrual.


Los procesos femeninos -todos, incluso la menstruación y la menopausia- son normales y naturales, y como tales debemos aceptarlos. Nuestro cuerpo es bello, magnífico y maravilloso.

Estoy convencida de que las enfermedades venéreas ex­presan casi siempre culpa sexual. Provienen de un senti­miento, a menudo subconsciente, de que no está bien que nos expresemos sexualmente. El portador de una enferme­dad venérea puede tener contactos sexuales con muchas per­sonas, pero sólo aquellas cuyo sistema inmunitario mental y físico sea débil serán susceptibles de contagio. Además de las afecciones clásicas, en los últimos años se ha dado, entre la población heterosexual, un incremento del herpes, una enfermedad que hace continuas recidivas para «castigarnos» por nuestra convicción de que «somos malos». El herpes tiene tendencia a reaparecer cuando estamos emocionalmente perturbados, y eso ya es muy significativo.

Ahora traslademos esta teoría a los homosexuales, que tienen los mismos problemas que los heterosexuales, suma­dos al hecho de que gran parte de la sociedad los señala con un dedo acusador y les llama pervertidos... un calificativo que generalmente también les aplican sus propios padres. Y ésa es una carga muy pesada de llevar.

A muchas mujeres les aterra envejecer porque el sistema de creencias que nos hemos creado se centra en la gloria de la juventud. A los hombres no les preocupa tanto porque unas cuantas canas los hacen más distinguidos. El hombre mayor suele ser más respetado, y hasta es posible que lo ad­miren por su experiencia.

No sucede lo mismo con los homosexuales, que se han creado una cultura que pone un énfasis tremendo en la ju­ventud y la belleza. Es cierto que todos empezamos por ser jóvenes, pero sólo unos pocos satisfacen las normas de la belleza. Se ha dado tanta importancia a la apariencia física del cuerpo que se pasan totalmente por alto los sentimien­tos. Si uno no es joven y hermoso, es casi como si no con­tara. Lo que cuenta no es la persona entera, sino solamente el cuerpo.


Esta manera de pensar es una vergüenza, porque es otra forma de desvalorización.

Debido al modo en que suelen tratarse entre sí los va­rones homosexuales, la vivencia de envejecer es algo que horroriza a muchos de ellos. Es casi mejor morirse que en­vejecer. Y el SIDA es una enfermedad que con frecuencia mata.

Muchos hombres homosexuales, cuando se hacen mayo­res, se sienten inútiles y no queridos. Casi es mejor destruir­se antes de llegar a eso, y muchos se han creado un estilo de vida destructivo. Algunos de los conceptos y las actitudes que forman parte del estilo de vida gay -el exhibicionismo, las críticas constantes y despiadadas, la negativa a una inti­midad real- son monstruosos. Y el SIDA es una enferme­dad monstruosa.

Ese tipo de actitudes y de pautas de comportamiento no pueden menos que provocar culpa en algún nivel muy pro­fundo, por mucho que podamos parodiarlas en forma afec­tada. Esa afectación, que puede ser tan divertida, puede ser también sumamente destructiva, tanto para quien la practi­ca corno para quien la padece. Es otra manera de evitar la intimidad y el acercamiento.

De ninguna manera es mi intención crear culpas a nadie. Sin embargo, es menester que miremos las cosas que necesi­tamos cambiar para que nuestras vidas funcionen con amor, júbilo y respeto. Hace cincuenta años, casi todos los hombres homosexuales se mantenían en la sombra, pero en la actuali­dad disponen de núcleos sociales donde pueden manifestar­se, al menos relativamente. Yo creo que es lamentable que gran parte de lo que han creado sea causa de tanto dolor para sus propios hermanos homosexuales. Aunque con frecuencia es deplorable la forma en que los hombres «normales» tratan a los gays, la forma en que muchos gays tratan a los de su mis­ma condición es trágica.


Tradicionalmente, los hombres han tenido siempre más parejas sexuales que las mujeres, y naturalmente, entre hom­bres habrá muchos más contactos sexuales. No creo que haya nada de malo en eso. Hay sitios previstos para satisfa­cer esta necesidad y me parece bien, a menos que estemos dando a nuestra sexualidad un uso equivocado. A algunos hombres les gusta tener muchas parejas para satisfacer su profunda necesidad de autoestima, más bien que por el pla­cer que deriva de ello. No creo que haya nada de malo en tener varias parejas, y tampoco censuro el uso «ocasional» del alcohol. Sin embargo, si todas las noches terminamos sin sentido y si «necesitamos» varias parejas por día nada más que para estar seguros de nuestro valor, entonces hay algo en nosotros que no ancla bien, y es preciso que hagamos al­gunos cambios mentales.

Ha llegado el momento de la búsqueda del ser en su to­talidad, el momento de la sanación y no de la condenación. Debemos superar las limitaciones del pasado. Todos somos parte de la divinidad, todos somos magníficas expresiones de la vida. ¡Exijamos esto ahora!

El colon representa nuestra capacidad de soltar y liberar aquello que ya no necesitamos. Para adaptarse al ritmo per­fecto del fluir de la vida, el cuerpo necesita un equilibrio en­tre ingesta, asimilación y eliminación. Y lo único que blo­quea la eliminación de lo viejo son nuestros miedos.

Aunque las personas estreñidas no sean realmente mezquinas, generalmente no confían en que siempre vaya a ha­ber lo suficiente. Se aterran a relaciones antiguas que las hacen sufrir, no animan a deshacerse de prendas que guar­dan desde hace años en el armario por temor a necesitarlas algún día, permanecen en un trabajo que las limita o no se permiten jamás ningún placer porque tienen que ahorrar para cuando vengan días malos. ¿Acaso revolvemos la basura de anoche para encontrar la comida de hoy? Aprendamos a confiar en que el proceso de la vida nos traerá siempre lo que necesitemos.


En la vida, las piernas son lo que nos lleva hacia adelan­te. Los problemas en las piernas suelen indicar un miedo a avanzar o una renuncia a seguir andando en cierta direc­ción. Corremos, nos arrastramos, andamos como pisando huevos, se nos aflojan las rodillas, somos patituertos o pati­zambos y nos quedamos patitiesos. Y además, tenemos los muslos enormes, coléricamente engrosados por la celulitis, llenos de resentimientos infantiles. Con frecuencia, no que­rer hacer algo produce algún problema menor en las pier­nas. Las venas varicosas significan que nos mantenemos en un trabajo o en otro lugar que nos enferma. Las venas pier­den su capacidad de transportar alegría.

Pregúntese si está marchando en la dirección en que quiere ir.

Las rodillas, como el cuello, se relacionan con la flexibi­lidad, sólo que ellas hablan de inclinarse y de ser orgulloso, del yo y de la obstinación. Con frecuencia, cuando avanza­mos, nos da miedo inclinarnos y nos ponemos tiesos. Y eso vuelve rígidas las articulaciones. Queremos avanzar, pero no cambiar nuestra manera de ser. Por eso las rodillas tar­dan tanto en curarse, porque está en juego nuestro yo. El tobillo también es una articulación, pero si se daña puede curarse con bastante rapidez. Las rodillas tardan porque en ellas están en juego nuestro orgullo y nuestra autojustificación.

La próxima vez que tenga algún problema con las rodi­llas, pregúntese de qué está justificándose, ante qué está ne­gándose a inclinarse. Renuncie a su obstinación y aflójese. La vida es fluencia y movimiento, y para estar cómodos debemos ser flexibles y fluir con ella. Un sauce se dobla y se mece y ondula con el viento, y está siempre lleno de gracia y en armonía con la vida.

Los pies tienen que ver con nuestro entendimiento, con la forma en que nos entendemos y en que entendemos la vida, tanto el pasado como el presente y el futuro.


A muchos ancianos les cuesta caminar. Su entendimiento se ha vuelto parcial y retorcido, y con frecuencia sienten que no tienen adonde ir. Los niños pequeños se mueven con pies alegres, danzarines. Los ancianos suelen arrastrarlos como si se negaran a moverse.

La piel representa nuestra individualidad, y los problemas dérmicos suelen significar que de algún modo la sentimos amenazada. Tememos que otros tengan poder sobre noso­tros. Nos sentimos despellejados vivos, le arrancamos a al­guien la piel a tiras, tenemos afinidades o rechazos de piel, decimos que un niño es de la piel de Barrabás, andamos con los nervios a flor de piel.

Una de las maneras más rápidas de curar los problemas de piel es nutrirse uno a sí mismo repitiendo mentalmente, vanos centenares de veces por día: «Me apruebo...». Así re­cuperamos nuestro propio poder.

Los accidentes no son accidentales. Como todo lo demás que hay en nuestra vida, nosotros los creamos. No se tra­ta de que nos digamos que queremos tener un accidente, sino de que nuestros modelos mentales pueden atraer hacia nosotros un accidente. Perece que algunas personas fueran «propensas a los accidentes», en tanto que otras andan por la vida sin hacerse jamás un rasguño.

Los accidentes son expresiones de cólera, que indican una acumulación de frustraciones en alguien que no se siente libre para expresarse o para hacerse valer. Indican también rebelión contra la autoridad. Nos enfurecemos tanto que queremos golpear a alguien y, en cambio, los golpeados so­mosnosotros.

Cuando nos enojamos con nosotros mismos, cuando nos sentimos culpables, cuando tenemos la necesidad de cas­tigarnos, un accidente es una forma estupenda de conse­guirlo.

Puede que nos resulte difícil creerlo, pero los accidentes los provocamos nosotros; no somos víctimas desvalidas de un capricho del destino. Un accidente nos permite recurrir a otros para que se compadezcan y nos ayuden al mismo tiempo que curan y atienden nuestras heridas. Con frecuen­cia también tenemos que hacer reposo en cama, a veces du­rante largo tiempo, y soportar el dolor.

El sufrimiento físico nos da una pista sobre cuál es el do­minio de la vida en que nos sentimos culpables. El grado de daño físico nos permite saber hasta qué punto era severo el castigo que necesitábamos, y a cuánto tiempo debíamos es­tar sentenciados.


Tanto la anorexia como la bulimia expresan una nega­ción de la propia vida, y son una forma extrema de odio ha­cia uno mismo.

La comida es alimento en el nivel más básico. ¿Por qué habría usted de negarse el alimento? ¿Por qué quiere morir? ¿Qué pasa en su vida, que sea tan terrible como para que quiera abandonarla?

Cuando se odia a sí mismo, en realidad odia una idea que tiene de sí mismo. Y las ideas se pueden cambiar.

¿Qué hay en usted que sea tan terrible? ¿Se crió en una familia que criticaba continuamente su comportamiento? ¿O eran sus maestros quienes lo criticaban? En sus prime­ros contactos con la religión, ¿le dijeron que así, tal como usted era, «no servía»? Con demasiada frecuencia procura­mos hallar razones «comprensibles» que nos digan por qué no nos quieren ni nos aceptan tal como somos.

«Gracias» a la obsesión de la industria de la moda con la esbeltez, muchas mujeres que se repiten continuamente a sí mismas: «¿Qué sentido tiene, si con este cuerpo no sirvo para...?». ¡Concentran el odio en su propio cuerpo. En un nivel están diciendo que si fueran más delgadas, entonces las amarían, pero eso no funciona.

Nada funciona desde afuera. La clave es la aprobación y la aceptación de uno mismo.

La artritis es una enfermedad que se origina en una constante actitud de crítica. En primer lugar, la persona se criti­ca a sí misma, pero también critica a los demás. Los artrí­ticos suelen ser muy criticados, porque su propio estilo es criticar; entonces cargan con la maldición del «perfeccionis­mo», es decir, con la necesidad de ser perfectos siempre y en cualquier situación.

¿Conoce usted a alguien en este planeta que sea «perfec­to»? Yo no. ¿Por qué nos imponemos normas que nos exi­gen que seamos «superpersonas» para sentirnos apenas aceptables? Ésta es una expresión muy fuerte del «no sirvo», y es una carga pesadísima de llevar.


Del asma decimos que es un «amor que sofoca». La per­sona tiene la sensación de no tener derecho a respirar por su cuenta. Los niños asmáticos suelen tener una «conciencia sobredesarrollada»; asumen las culpas de todo lo que anda mal en su medio, se sienten «indignos», no valiosos y, por consiguiente, culpables y merecederos de castigo.

A veces, el cambio de clima cura a los asmáticos, especial­mente si no los acompaña la familia.

En general, al crecer, los niños asmáticos «dejan atrás» su enfermedad, lo que en realidad significa que se van a estu­diar a otra ciudad o a otro país, se casan o por algún otro motivo se van de casa, y la enfermedad se disuelve. Con fre­cuencia, más adelante pasan por alguna experiencia que vuelve a accionar aquel antiguo interruptor que llevan den­tro, y entonces tienen otro ataque. Cuando eso sucede, en realidad no es una respuesta a las circunstancias del momen­to, sino más bien a lo que solía sucederles en su infancia.

Abscesos, quemaduras, cortes, fiebres, llagas, «itis» e in­flamaciones diversas son, todos, indicios de una cólera que se expresa en el cuerpo. Por más que intentemos suprimirlo, el enojo encontrará maneras de expresarse. Hay que dejar salir la presión acumulada. Nuestro enojo nos da miedo porque sentimos que podemos destruir nuestro mundo, pero es algo que se puede liberar simplemente diciendo: «Estoy enfadado por esto». Es verdad que no siempre podemos decirle algo así a nuestro jefe, pero podemos aporrear la cama o vociferar en el coche cerrado o jugar al tenis, que son maneras inofensivas de descargar tísicamente la cólera.

Es frecuente que las personas con tendencias espirituales crean que «no deberían» enojarse. Ciertamente todos nos esforzamos por llegar al momento en que ya no culpemos a nadie por nuestros sentimientos; pero mientras no hayamos llegado a ese punto, es más saludable que reconozcamos qué es lo que sentimos en un momento dado.


El cáncer es una enfermedad causada por un profundo resentimiento contenido durante muchísimo tiempo, hasta que literalmente va carcomiendo el cuerpo. En la infancia sucede algo que destruye nuestro sentimiento de confianza. Esta es una experiencia que jamás se olvida, v el individuo vive compadeciéndose de sí mismo y se le hace difícil culti­var y mantener durante mucho tiempo relaciones significa­tivas. Con un sistema de creencias así, la vida se muestra como una serie de decepciones. Un sentimiento de desespe­ranza, desvalimiento y pérdida se adueña de nuestro pensa­miento, y nada nos cuesta culpar a otros de todos nuestros problemas. La gente que tiene cáncer, además, es muy auto­crítica. Para mí, la clave de la curación del cáncer está en amarse y aceptarse.

El exceso de peso representa una necesidad de protec­ción. Tratamos de protegernos de heridas, agravios, críticas, abusos e insultos, de la sexualidad y de las insinuaciones se­xuales de un miedo general a la vida, y también de miedos específicos.

Yo tengo tendencia a ser gorda, y, sin embargo, con los años me he dado cuenta de que cuando me siento insegura e incómoda suelo aumentar uno o dos kilos. Cuando la amenaza desaparece, el exceso de peso se va también, sin que yo haya hecho nada por eliminarlo.

Luchar contra la obesidad es perder tiempo y energía. Las dietas no funcionan, porque tan pronto como se las inte­rrumpe, el peso vuelve a aumentar. Amarse y aprobarse, confiar en el proceso de la vida y depositar su segundad in­terna en el conocimiento del poder de su propia mente son los elementos básicos de la mejor dieta que conozco. Pón­gase a dieta de pensamientos negativos, y el problema del peso se resolverá solo.

Demasiados padres y madres piensan que cualquier pro­blema que tengan sus hijos se soluciona atiborrándolos de comida. Estos niños, cuando crecen, cada vez que tienen un problema se quedan hipnotizados ante el frigorífico abierto, diciéndose: «No sé bien qué es lo que quiero».


Para mí, cualquier clase de dolor es una indicación de culpa. La culpa siempre busca el castigo, y el castigo crea dolor. El dolor crónico proviene de una culpa crónica, con frecuencia tan profundamente sepultada que ya ni siquiera tenemos la menor conciencia de ella.

El sentimiento de culpa es una emoción totalmente inútil, que jamás hace que nadie se sienta mejor ni modifica para nada una situación.

Su «sentencia» ya se ha cumplido, de manera que déjese sa­lir de prisión. Perdonar no es más que soltar, dejar partir...

Las embolias las provocan coágulos de sangre, una conges­tión en el torrente sanguíneo que al llegar al cerebro interrum­pe el aprovisionamiento de sangre a una zona cerebral.

El cerebro es el ordenador del cuerpo. La sangre es júbi­lo. Las venas y las arterias son canales por donde circula esa alegría. Todo funciona bajo la ley y la acción del amor. Hay amor en cada chispa de inteligencia que brilla en el Univer­so. Es imposible trabajar y funcionar bien sin sentir amor y júbilo.

El pensamiento negativo produce atascos en el cerebro, y así no queda margen para que el amor y el júbilo fluyan li­bre y abiertamente.

La risa sólo puede fluir de un modo natural, y lo mismo pasa con el amor y el júbilo. La vida no es hosca y ceñuda, a menos que nosotros la hagamos así, a menos que deci­damos verla así. Podemos encontrar un desastre total en una mínima molestia, y un pequeño motivo de júbilo en la ma­yor de las tragedias. De nosotros depende.

A veces intentamos obligar a la vida a que vaya en cierta dirección que no es la adecuada para nosotros. A veces nos creamos «ataques» para obligarnos a tomar una dirección totalmente diferente, a reevaluar nuestro estilo de vida.


La rigidez en el cuerpo representa rigidez en la mente. El miedo nos empuja a aferramos a viejas modalidades, y se nos hace difícil ser flexibles. Si creemos que no hay más que una manera de hacer algo, no será raro que nos volvamos rígidos. Siempre se puede encontrar otra manera de hacer las cosas. Recuerden que hubo alguien que enumeró unas 250 maneras distintas de fregar los platos.

Fíjese en qué lugar del cuerpo se produce la rigidez, búsquelo en la lista de patrones mentales y allí verá en qué «lu­gar mental» se está volviendo inflexible y rígido.

A la cirugía le corresponde su lugar. Es buena para curar huesos rotos y remediar accidentes y para estados que ya no se pueden solucionar de otro modo. En estas condiciones, puede ser más fácil operarse y concentrar todo el trabajo cu­rativo en conseguir que la afección no vuelva a repetirse.

Abundan cada día más los profesionales médicos que es­tán verdaderamente consagrados a ayudar a la humanidad. Cada vez más médicos se vuelven hacia las orientaciones holísticas, que buscan curar a la persona como totalidad. Y sin embargo, la mayoría de ellos no trabajan con la causa de ninguna enfermedad; se limitan a tratar los síntomas, los efectos.

Y esto lo hacen de dos maneras: envenenando o mutilan­do. Si acude usted a un cirujano, generalmente le recomen­dará que se opere. Sin embargo, si la decisión quirúrgica ya está tomada, prepárese para la experiencia de tal manera que transcurra con las menores complicaciones posibles, y que usted se cure tan rápidamente como sea posible.

Pídales al cirujano y a su equipo que colaboren con usted en este aspecto. Con frecuencia, en el quirófano, los cirujanos y sus ayudantes no se dan cuenta de que, aunque el pa­ciente esté inconsciente, en un nivel subconsciente sigue oyendo y entendiendo todo lo que se dice.


Se de una mujer, miembro del movimiento de la Nueva Era, que necesitó una operación de emergencia y antes de so­meterse a ella habló con el cirujano y el anestesista para pe­dirles que por favor pusieran música suave durante la opera­ción y que continuamente le hablaran y se expresaran entre ellos con afirmaciones positivas. Lo mismo le pidió a la enfer­mera en la sala de recuperación. La operación transcurrió sin dificultades, y la recuperación fue rápida y agradable.

A mis clientes siempre les sugiero que se formulen afir­maciones como: «Cada mano que me toca en el hospital es una mano dotada del poder de curar y que no expresa otra cosa que amor» y «La operación se realiza fácil y rápida­mente, con un resultado perfecto». También se puede decir: «Me siento perfectamente cómodo durante todo el tiempo».

Después de la operación, procure escuchar a menudo música suave y agradable, y dígase para sí: «Estoy curándo­me rápida, fácil y perfectamente, y cada día me siento mejor».

Si puede, grábese un cassette con una serie de afirmacio­nes positivas, llévese un grabador o unwalkman al hospital y escuche una y otra vez la grabación mientras descansa y se recupera. Atienda a las sensaciones, no al dolor. Imagínese que el amor fluye de su corazón, desciende por los brazos y llega a las manos. Póngase las manos en la parte que está cu­rándose, y dígale que la ama y que está ayudándole a que se ponga bien.

Cualquier hinchazón del cuerpo representa atascos y es­tancamientos en el estado emocional. Nosotros mismos nos creamos situaciones en que nos «hieren» y nos aferramos luego a su recuerdo. Con frecuencia las hinchazones repre­sentan lágrimas contenidas que sentimos como algo enquistado, o provienen de culpar a otros por nuestras propias li­mitaciones.


Renuncie al pasado; déjelo que se vaya y recupere su pro­pio poder. Deje de estar pendiente de lo que quiere, y use su mente para crear lo que «sí quiere». Déjese llevar por la marea de la vida.

Los tumores son falsos crecimientos. Si a una ostra le en­tra un granito de arena, para protegerse lo rodea de un re­vestimiento duro y brillante. Somos nosotros quienes lo lla­mamos «perla» y lo consideramos hermoso.

Si nos encarnizamos con una vieja herida, la cultivamos y no la dejamos cicatrizar, con el tiempo se convertirá en un tumor.

Es como pasar una vieja película. Y creo que la razón de que las mujeres tengan tantos tumores en el útero es que se centran en un golpe emocional que ha afectado a su femini­dad y lo cultivan. Es lo que yo llamo el síndrome de «Él me ha dañado.»

El hecho de que una relación se acabe no significa que nada ande mal en mí, ni disminuye mi valor intrínseco.

Lo que importa no es lo que sucede, sino cómo reaccio­namos ante ello. Cada uno es responsable en un ciento por ciento de sus experiencias. ¿Qué creencias sobre usted mis­mo necesita cambiar para atraer a su ámbito vital formas de comportamiento que expresen más amor?

En la infinitud de la vida, donde estoy,

todo es perfecto, completo y entero.

Reconozco que mi cuerpo es un buen amigo.

Cada una de sus células contiene la Inteligencia Divina.

Yo escucho lo que me dice y sé que su consejo es válido.

Estoy siempre a salvo, bajo la guía y la protección divina,

y elijo vivir en salud y ser libre.

Todo está bien en mi mundo.


CAPÍTULO 15

La lista

«Estoy sano, entero y completo.)

A medida que recorra usted la lista siguiente, tornada de mi libro Curar el cuerpo, fíjese si puede encontrar la correla­ción entre las enfermedades que tenga o que haya padecido y las probables causas que he enumerado.

He aquí cómo puede usar esta lista cuando tenga un pro­blema físico:

  1. Fíjese en la causa mental y vea si es aplicable a su caso.
    Si no, pregúntese, en silencio, cuáles pudieron ser los
    pensamientos que crearon ese problema.
2. Repítase: «Estoy dispuesto a renunciar al modelo men­tal que ha creado este problema».

3. Repítase varias veces el nuevo modelo mental.

4. Dé por sentado que está ya en el proceso de curación.

Cada vez que piense en su estado, repita los pasos de este proceso.

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