miércoles, 21 de marzo de 2012

"La civilización no provocó el cáncer; sólo lo sacó a la luz"

Una "biografía" repasa los misterios que aún rodean a esta enfermedad, buscando aclarar si estamos ganando o perdiendo la guerra contra el "emperador de todos los males"


"El cáncer no es una sola enfermedad, sino muchas", aclara el autor de este libro (*). Pero todas ellas son causadas por un crecimiento celular sin control. "El secreto de la batalla contra el cáncer radica, entonces, en encontrar los medios de impedir que esas mutaciones [causantes del desarrollo ilimitado] se produzcan en las células vulnerables o en eliminar las células mutadas sin poner en riesgo el crecimiento normal. Lo conciso de esta afirmación oculta la enormidad de la tarea", dice Siddhartha Mukherjee, oncólogo doctorado en Oxford, que ejerce su profesión en el Presbyterian Hospital de Nueva York y dicta clases en la Universidad de Columbia.

Esa "enormidad" es lo que Mukherjee relata en este libro, El emperador de todos los males: una biografía del cáncer (Taurus, 2012): la lucha de la humanidad contra un mal que anida en sus propios genes y que, por mecanismos y causas internas y externas todavía no del todo esclarecidos, despierta en ocasiones e invade el organismo.

Pese a la enormidad de la tarea, Mukherjee logra reconstruir la biografía de este mal desde los primeros indicios de sus manifestaciones en los albores de la Historia, hasta los avances, retrocesos, victorias y reveses verificados en especial durante el siglo pasado, cuando el cáncer pasó a ocupar un lugar relevante entre las primeras causas de muerte.

El autor rastrea las fuentes históricas y arqueológicas y luego se concentra en la década de 1950 y en Sidney Farber, un momento y una figura claves. Aunque en el siglo XX ya se utilizaban la extirpación y la radioterapia, "desde un punto de vista científico el cáncer seguía siendo una caja negra". Y no fue sino a mediados del siglo pasado que se empezó a fomentar en los Estados Unidos la creación de unidades de investigación dedicadas exclusivamente al cáncer. Esa circunstancia encontró a su hombre en Farber, padre de la quimioterapia moderna, el tratamiento con drogas combinadas que busca frenar el metabolismo de la reproducción de células malignas y que él logro diseñar a partir de sus estudios sobre la leucemia infantil.

Del relato de Mukherjee, surge por un lado la imagen de una larga prehistoria del cáncer, en la cual la presencia e incidencia de la enfermedad parece ínfima, y por el otro una súbita entrada en la historia en la segunda posguerra, cuando por primera vez se encara la investigación de este mal en forma orgánica y sostenida.

Pero el propio autor se encarga de disipar el equívoco. La idea de que el cáncer es una enfermedad "nueva" deriva en realidad de la disminución de la incidencia de otras enfermedades que fueron contenidas -incluso eliminadas- gracias al descubrimiento de los antibióticos en la primera mitad del siglo XX. A medida que enfermedades como la viruela o la tuberculosis retrocedían, el cáncer ascendía hasta llegar al segundo puesto como factor de muerte, detrás de las afecciones coronarias.

Sin embargo, en una época tan antigua como el año 2.600 antes de Cristo, Imhotep, un médico egipcio, fue el primero en dejar testimonio escrito del cáncer, junto con otras enfermedades. En sus anotaciones sobre tumores de pecho puede leerse, junto a la palabra "cura", la sentencia: "No hay ninguna".

Recién en el siglo V a Cristo, el historiador griego Herodoto volverá a mencionar el tema al relatar el caso de la reina persa Atosa, hija de Ciro y esposa de Darío, que se hizo cercenar un pecho por uno de sus esclavos y logró así sobrevivir a un cáncer de mama.

Pero hasta el año 1900 la tuberculosis seguía siendo la principal causa de muerte y, en 1914, se sabía del cáncer casi lo mismo que en su momento supieron los griegos, dice Mukherjee. La relación exponencial del cáncer con la edad explica la escasez de huellas del mal en la prehistoria y la antigüedad. Sencillamente, nuestros antepasados no vivieron lo suficiente para padecerla en una significativa cantidad de casos. Ésta "sólo se torna común con la eliminación de todas las otras enfermedades letales", afirma el autor. Su conclusión: "La civilización no causó el cáncer sino que, al extender la duración de la vida humana, lo sacó a la luz".

Los tratamientos acompañaron esta evolución. Hasta el siglo XIX, la única solución era la extirpación. A comienzos del siglo XX, los rayos X empezaron a ser usados para matar células cancerosas. Y en los 50, la quimioterapia de Sidney Farber tuvo que luchar para imponerse ya que fue vista inicialmente como un método brutal y cruel; sus efectos secundarios así parecían confirmarlo.

Y todavía después de que sus beneficios fueron demostrados, un especialista que descubrió que luego de la primera remisión era necesario continuar con la aplicación de las drogas para evitar la recaída, fue expulsado del hospital en el cual trabajaba. El doctor Min Chu Li sostenía que "era preciso tratar sistemáticamente el cáncer aún mucho después de que hubieran desaparecido todos los signos visibles de su presencia (pero) en 1960 la oncología no estaba lista para admitir esa propuesta", explica Mukherjee.

Hizo falta que pasaran varios años del despido de Min Chu Li, para que las autoridades del Instituto Nacional del Cáncer (NCI, por sus siglas en inglés) cayeron en la cuenta de que las pacientes a las que él había aplicado un tratamiento prolongado nunca recayeron.

Hasta 1980, resume Mukherjee, la terapia contra el cáncer se basaba en dos vulnerabilidades de la célula cancerosa. Una es que la mayor parte de los tumores surgen en forma local antes de propagarse al resto del organismo. Cirugía y radiación pueden contra esa "talón de Aquiles": extirpación física del tumor y cauterización de las células con rayos X, respectivamente.

La segunda vulnerabilidad es el rápido crecimiento de algunas células cancerosas. La mayoría de las drogas descubiertas hasta los años 1980 buscan interrumpir el metabolismo del ácido fólico en estas células, para privarlas así de un nutriente crucial. Esto explica los efectos que tiene la quimioterapia en el resto del organismo, ya que también las células sanas ven frenado su crecimiento, en especial aquellas de los tejidos que más rápido crecen.

A esta altura de su biografía, el autor no elude la pregunta acerca de si su personaje "morirá" alguna vez. Su respuesta es matizada. "El cáncer está cosido a nuestro genoma".

"Los oncogenes surgen de mutaciones en genes esenciales que regulan el crecimiento de las células. Las mutaciones se acumulan en ellos cuando los carcinógenos dañan el ADN, pero también a causa de errores aparentemente azarosos en sus copias cuando las células se dividen. El primer aspecto podría prevenirse, pero el segundo es endógeno. El cáncer es un defecto de nuestro crecimiento, pero ese defecto está profundamente arraigado en nosotros. Sólo podremos liberarnos del cáncer, entonces, en la medida en que podamos liberarnos de los procesos de nuestra fisiología que dependen del crecimiento: envejecimiento, regeneración, curación, reproducción", explica Mukherjee.

En estos mecanismos -en su propio ADN- la oncología ha encontrado nuevos talones de Aquiles de las células cancerosas: el desafío es encontrar las armas para atacar estas nuevas vulnerabilidades. Las nuevas drogas, dirigidas contra los oncogenes, son las primeras respuestas a este desafío. Pero queda un largo camino por recorrer.

Harold Varmus y J. Michael Bishop recibieron en 1989 el premio Nobel de Medicina por el descubrimiento del origen celular de los oncogenes retrovirales. El autor de la biografía del cáncer recuerda que en el discurso de recepción del premio, Varmus dijo: "No hemos matado a nuestro enemigo, la célula cancerosa (...). En nuestras aventuras no hemos hecho más que ver al monstruo más claramente y describir sus escamas y colmillos desde nuevas perspectivas que revelan que la célula cancerosa es una versión distorsionada de nuestro ser normal".

La lucha contra este enemigo "informe, intemporal y ubicuo", como lo califica el doctor Mukherjee, está muy lejos de haber concluido, pero esta ágil historia de una búsqueda, escrita con un estilo que atrapa e incluso entretiene a pesar de lo duro del tema, le permite hasta al más profano en la materia tener una idea de en qué punto se encuentra la humanidad en este combate y cómo se llegó hasta aquí.

(*) El emperador de todos los males: una biografía del cáncer, de Siddhartha Mukherjee (Ed. Taurus, 2012)

http://america.infobae.com/notas/46676-La-civilizacion-no-provoco-el-cancer-solo-lo-saco-a-la-luz