viernes, 9 de marzo de 2012

Las implicaciones éticas de desarrollar tecnológicamente un cerebro humano superdotado

El Consejo de Bioética de Nuffield plantea una consulta para examinar los dilemas que plantean los recientes desarrollos de la neurociencia, que si bien podrían curar enfermedades terribles, también potenciarían las capacidades del ser humano a grados inimaginables.

An undated image of the human brain taken through scanning technology. REUTERS/Sage

Los desarrollos actuales de la neurociencia y sus aplicaciones en biotecnologías concretas que modifican el cuerpo humano —potenciando, se dice, sus capacidades neuronales hasta niveles insospechados— han desatado intensos debates sobre la pertinencia ética de aplicar dichos conocimientos científicos en una de las estructuras más básicas y más profundas del ser humano.

Este jueves una organización británica, el Nuffield Council on Bioethics (NCB), emprendió un estudio sobre los riesgos que supone borrar la frontera entre la humanidad y las máquinas, ante la eventual posibilidad de que un implante permita al cerebro niveles inauditos de concentración, control mental de armas o incluso llevar al cuerpo a niveles de fuerza física que se creerían inalcanzables.

Aunque es cierto, como asegura Thomas Baldwin, profesor en la Universidad de York y director de la investigación, que intervenir en el cerebro representa una buena posibilidad de curar enfermedades terribles, igualmente son de temer las consecuencias de intentar mejorar las capacidades humanas más allá de lo que es normal.

“Esto nos reta a pensar cuidadosamente en preguntas fundamentales acerca del cerebro: ¿Qué nos hace humanos? ¿Qué nos hace individuos? ¿Cómo y por qué pensamos y actuamos en la manera en que lo hacemos”, dice Baldwin.

Recordemos que tecnlogías como la interfaz cerebro-computadora, la neuroestimulación profunda del cerebro y la estimulación magnética transcreanal se utilizan ya en el tratamiento de enfermedades como el mal de Parkinson, embolias, depresión y otras, si bien paralelamente se exploran sus efectos más allá de la terapia médica, especialmente en el ámbito militar, donde se prueban dispositivos —armas o vehículos— que se puedan controlar con señales emanadas directamente del cerebro.

Sobre este último uso, uno de los dilemas que se plantean es a propósito del sujeto de responsabilidad de una decisión, si acaso, como propone Baldwin, sería posible confundir al responsable de una decisión o una acción y no poder imputarle esta a la persona o a la máquina conectada a dicha persona.

Por otro parte también es de tomarse en cuenta que el mercado de estas tecnologías es uno de los más fértiles de los últimos años, con cifras de inversión y capitalización que se calculan en cientos de miles de millones de dólares.

Sin duda un escenario polémico, interesante, del que vale la pena conocer su devenir. El estudio del NCB, por cierto, incluye también una consulta pública que se puede consultar hasta el 23 de abril en la dirección http://www.nuffieldbioethics.org/neurotechnology.

[Reuters]

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