En las sociedades del primer mundo o sociedades occidentales, el progreso ha ido unido a la contaminación del aire, del agua y de la tierra. Esta contaminación está teniendo consecuencias serias sobre los organismos vivos: las plantas, los animales y el hombre.
El hombre y su cuerpo están “contaminados”, no sólo por agentes externos derivados del progreso sino también en gran medida por la elección de una alimentación en muchos casos equivocada.
Se come y se bebe por encima de nuestras necesidades, y además se consumen fármacos y se vive de forma sedentaria. Esto trae consecuencias para los organismos, que acaban acumulando cantidades de tóxicos, venenos y desechos. Cuando esta situación persiste por mucho tiempo o es muy intensa, aparece la enfermedad.
El hombre actual de alguna forma está eligiendo “autointoxicarse”. Está eligiendo someter a su cuerpo a todo tipo de agresiones de forma consciente o inconsciente.
Sin embargo, con disciplina y cierto conocimiento, la enfermedad puede resultar un “agente de cambio” o “una oportunidad”. Es decir, la enfermedad nos va a permitir introducir cambios en la alimentación, cambios en la forma de vida, cambios en hábitos incorrectos, etc. En consecuencia, el hombre también puede decidir sanarse o vivir en homeostasis.
La presencia de toxinas en cantidades pequeñas en el organismo es algo natural; lo que no es natural es su acumulación en grandes cantidades. El cuerpo humano posee cuatro órganos principales que se encargan de liberarnos de las toxinas: el hígado, los riñones, los pulmones y la piel.
Las toxinas pueden proceder de dos vías:
- Del desgaste de nuestros tejidos; es decir, las células que se mueren cada día, o los glóbulos rojos muertos, etc.
- De la degradación de los alimentos ingeridos. Estas son las más abundantes, debido a que comemos más de lo que nuestro organismo “quema” y es capaz de metabolizar. Esta vía es la causante de la acumulación de toxinas.
Al consumir más alimentos de los que nuestro cuerpo puede transformar, estamos facilitando que éstos se fermenten o se pudran dentro de nosotros, dando lugar a verdaderos venenos. Al saturar las posibilidades de eliminación de desechos por los emuntorios, estamos contribuyendo al desequilibrio y a que nos visite la enfermedad.
Por otro lado, tenemos también que tomar consciencia sobre las sustancias “tóxicas o venenosas” que llegan a nuestro organismo desde el exterior.
En la actualidad esto es frecuente y no puntual como era en otro tiempo. La contaminación de los elementos (aire, agua y tierra), y por ende de los cultivos se debe a un progreso irresponsable. Los cultivos son tratados con insecticidas, pesticidas, etc.; los animales son tratados con fármacos para aumentar su producción; los alimentos están llenos de aditivos y conservantes. La contaminación externa es mayor ahora que en ninguna otra época.
El conocimiento de todo lo expuesto abre una puerta a reconsiderar y a preguntarnos qué podemos hacer para mejorar, para prevenir, para dejar de estar enfermos; es decir, para sentirnos bien, en equilibrio con nosotros mismos, con los alimentos, y así gozar de salud.
El primer paso es comprender que nuestro organismo es un conjunto de células, y qué éstas al agruparse forman los órganos. Las células son las unidades de vida más pequeñas, pero dependen del medio donde se encuentran porque no se pueden desplazar. Tanto el oxígeno como los nutrientes se les han de suministrar y los desechos que producen han de serles retirados. Los transportistas son los líquidos orgánicos (la sangre, la linfa y los sueros celulares), que antiguamente se les llamaba “los humores” y de ahí que se hablara del estado humoral. En la actualidad se habla del “terreno”.
Si nuestro cuerpo es un 70% líquido, y las células son dependientes de los líquidos, es por tanto esencial que este medio líquido esté puro. El cuerpo dispone de varios emuntorios para mantener la limpieza de estos líquidos orgánicos.
Sin embargo, si los desechos y las toxinas son abundantes, y los emuntorios perezosos, el terreno acumula desechos. Las células se ven obligadas a vivir en líquidos sucios, lo cual implica que ni el oxígeno ni los nutrientes van a poder llegar a ellas. Aquí comienza una larga cadena: las células no pueden hacer su trabajo, tampoco los órganos compuestos de ellas; éstos van a parar o disminuir sus cometidos y los desechos no paran de acumularse.
Los desechos no sólo se acumulan en una parte del cuerpo, ya que por la circulación continua de los líquidos se acaban repartiendo y extendiendo por todo el cuerpo. Los puntos débiles de cada organismo serán los primeros en “atrofiarse” en cuanto haya acumulación de desechos.
La enfermedad debe ser comprendida como los esfuerzos del organismo para limpiarse, para purificarse. Ante la invasión de toxinas o acumulación de desechos el cuerpo no se queda parado; el cuerpo usa su sabiduría y pone a trabajar el emuntorio correspondiente: vómitos y diarreas para las vías digestivas, orinas espesas, olorosas, oscuras para la vía renal, sudores y granos por vía cutánea, y mucosidades por la nariz o bronquios.
Cuando por ignorancia una enfermedad es “reprimida” o “eliminada”, la fuerza vital seguirá luchando con otros intentos purificadores y buscará otras salidas. De ahí que aparezcan las “recaídas” continuas que tanto acaban debilitando el organismo del enfermo.
En síntesis, se puede decir que enfermedad es un esfuerzo del cuerpo por liberarse de toxinas.
La curación de una enfermedad sucede cuando el cuerpo ha conseguido expulsar los desechos, y el terreno ha sido purificado. En una primera etapa la purificación viene de la mano de ayunos, limpiezas y drenajes.
Este cambio posibilitará otros cambios ligados a hábitos cotidianos, a la ruptura de estructuras mentales y emocionales. Es decir, contribuirá a una apertura de consciencia.
Para mayor información sobre toxinas, ayunos, limpiezas y drenajes recomendamos la lectura del autor Christopher Vasey: “Cómo eliminar las tóxinas del organismo” y “Equilibrio Ácido Base”.