Ante la aprobación por el gobierno Mexicano de 67 permisos para plantar maíz transgénico, cual debe ser nuestra respuesta.
México es el cuarto país productor de maíz en el mundo, con una cuota del 3% del total, y fue por un tiempo autosuficiente. Aunque la productividad ha aumentado en los últimos años, y aunque las cifras no son claras , se estima que hasta un 30% del maíz puede ser importado.
Estados Unidos, el primer productor y exportador del orbe con 40% de la producción, tuvo en 2009 un récord de casi 465 millones de metros cúbicos de granos de maíz cosechados, que servirían para llenar dos veces el Estadio Azteca. La principal diferencia entre el maíz de los dos países es que México produce y consume en su mayoría maíz blanco y Estados Unidos maíz amarillo. El elote amarillo tiene un sabor dulzón, en México hay maíces de diferentes colores y sabores, y hasta en un solo elote los colores de los granos varían.
Como la producción mexicana no es suficiente para abastecer el mercado, México tiene que importar maíz. En un comunicado del 8 de marzo del gobierno federal indica:
"Una gran parte del maíz amarillo para uso pecuario e industrial proviene de los Estados Unidos y es genéticamente modificado. Se estima que son importadas 7.23 millones de toneladas por año, por lo que es necesario avanzar en el uso de la biotecnología para reducir las importaciones, fomentando la producción nacional."
En el mismo comunicado el gobierno anuncia el permiso para la siembra de maíz transgénico en México, otorgando "67 permisos para la siembra de maíz genéticamente modificado en etapa experimental. [...] La etapa experimental permite recabar datos sobre la eficacia biológica del gen y las características de efectividad agronómica, bajo la aplicación de estrictas medidas de bioseguridad que tienen como fin garantizar que no exista dispersión involuntaria del polen de maíz genéticamente modificado en estudio. En programa piloto, es posible además evaluar condiciones de costo-beneficio en el uso de la biotecnología, aplicando las mismas medidas de bioseguridad."
Activistas temen que el maíz transgénico al cruzarse con las variedades locales de maíz se integrare al genoma del maíz local y que este híbrido se propague en los campos locales y acabe eliminando la diversidad del maíz. Aunque hay pruebas que esto pasó en Oaxaca, un segundo estudio publicado en 2006 en la revista de la Academia de Ciencias americana, recolectó maíz de 125 diferentes localidades oaxaqueñas y se analizaron más de 153 mil semillas de maíz sin descubrir rastro de transgénicos.
La cultura mexicana tiene una de sus fuentes en el maíz, herencia prehispánica. Ya que sus semillas no pueden esparcirse lejos como las del teosinte, el maíz requiere de la mano humana para reproducirse y conservar su diversidad. Los pequeños productores son los que conservan la biodiversidad del maíz, pues no tienen dinero para comprar semillas comerciales, abono o insecticidas y plantan las variedades locales. El problema es que los dos millones de pequeños propietarios producen una cantidad de maíz que es inferior a la mitad de lo que genera el millón restante y necesitan de las ayudas gubernamentales para sobrevivir. En México plantar maíz es un estilo de vida y está en riesgo de desaparecer la diversidad del maíz si esos productores dejan de ser ayudados por el gobierno.
En México no necesitamos del maíz transgénico, en primer lugar porque ese tipo de grano existe sólo en el maíz amarillo, una variedad que gusta poco (aunque sirve para forraje). Segundo, porque la promesa de esta tecnología no beneficiaría a los dos millones de pequeños productores que no tienen dinero para comprar las semillas de Monsanto y Syngenta, transnacionales de agrobiotecnología.
Una solución alternativa para preservar la variedad del maíz y contribuir a un mejor rendimiento de los pequeños productores sería crear maíz transgénico propio a partir de los 42 tipos de maíz que existen en México. Se podría utilizar dinero del erario público (o privado) para financiar la investigación y generar semillas que serían distribuidas a bajo costo a los productores.
Se buscaría mejorar no sólo la productividad, sino también la resistencia a la plantación en suelos pobres, a pocas lluvias y a las condiciones particulares de las diferentes regiones del país. Todo esto, claro, en cercana colaboración con los campesinos, aprovechando sus conocimientos prácticos. Además, México sería propietario de la tecnología y podría evaluar sus riesgos, sin presiones financieras externas.
El mayor peligro para la conservación del maíz mexicano no es directamente la contaminación con transgénicos, sino la falta de soluciones a la situación de los campesinos que son pequeños productores. Ante el poder de producción de los agricultores americanos, corremos el riesgo de acabar comiendo tortillas de maíz amarillo, transgénico o no.