Por Glenys Álvarez
Neurologìa. Un equipo de investigadores en el Colegio Universitario de Londres (UCL) ha comprobado que nuestra percepción visual del mundo está sujeta a la dimensión de esa área en el cerebro.
Algunas percepciones empañetan personalidades extremas. Distorsiones varias pueden hacer que nuestra experiencia del mundo varíe enormemente del promedio. Tomemos un ejemplo bien conocido como el de la anorexia nervosa; la percepción que los pacientes de esta enfermedad tienen sobre sus cuerpos es completamente distinta a como los demás, no sólo percibimos los nuestros sino los cuerpos de estos mismos pacientes. En otro tipo de percepción extrema conocida como sinestesia, las personas afectadas pueden ver notas musicales y oler colores. Estos excesos nos muestran que existen variables gigantescas en la percepción individualizada; no obstante, nadie percibe el mundo igual que los demás, aunque estas variantes no sean tan enormes como los ejemplos mencionados.
Pero ¿de qué se trata esta percepción de la que hablamos?
La clave está en la forma en que el cerebro interpreta los estímulos que recibimos del medio. Dos elementos fundamentales entran en el mecanismo de esta percepción. En primer lugar está la biología, esperamos que los genes logren formar un cerebro promedio que no tenga conflictos para la interpretación generalizada del mundo; en segundo lugar está el medio, las cosas que nos meten en el cerebro desde que somos pequeños tendrá mucho que ver en la manera en que reaccionemos ante el mundo, también tendrá mucho que ver en cómo interpretamos los estímulos externos.
Un cristiano y un ateo no verán de la misma forma una mancha que se asemeja a un hombre barbudo en la tostada que se van a comer; y todavía más, si el creyente padece de daños en el lóbulo temporal es posible que perciba mucho más de la mancha barbuda que cualquiera de los otros y que hasta alucine sobre ella. Por eso, tanto como venga el cerebro de fábrica y lo que le pongas en ello, influenciarán en la percepción que tenemos del mundo.
Pues bien, ahora, un grupo de científicos ha demostrado por primera vez que esa forma tan particular que tenemos de percibir el mundo está vinculada al tamaño de la parte visual del cerebro.
El estudio ha sido publicado en el diario Nature Neuroscience y elaborado por investigadores en el Colegio Universitario de Londres. Samuel Schwarzkopf, Chen Song y Geraint Rees presentaron a treinta voluntarios saludables con algunas ilusiones ópticas, entre ellas esa que ven en la imagen que se conoce como la ilusión de Ebbinghaus, donde dos círculos del mismo tamaño están rodeados por pétalos grandes y otros pequeños, lo que da la ilusión de que uno es mayor que el otro. También se usó la ilusión de Ponzo donde elementos más lejanos en un túnel parecen ser más grandes que los más cercanos.
Al adaptar estas ilusiones y mediante el uso de resonancia magnética funcional, los investigadores descubrieron que no todos ven las mismas diferencias en las ilusiones presentadas y que estas discrepancias están vinculadas con variaciones en la estructura cerebral.
El uso de la resonancia magnética funcional
La variabilidad en el genoma y el cerebro es una de las características esenciales de la evolución sobre el planeta. Estas diferencias son claves para permitir flexibilidad y plasticidad en los cambios, los que a su vez promueven distintas formas de ser, actuar y percibir para cambiar y avanzar. Pues bien, ha sido mediante el uso de la resonancia magnética funcional que los investigadores en Londres lograron medir la estructura visual en los cerebros de los voluntarios.
Sorprendentemente, nos aseguran, existe una relación fuerte entre el tamaño de esta zona cerebral y la forma en que los sujetos percibían la ilusión presentada. Según los resultados, mientras más pequeña el área, más pronunciada era la ilusión.
“Nuestro trabajo es el primero en mostrar que el tamaño de alguna parte en el cerebro de una persona puede predecir cómo ellos percibirán su ambiente visual”, explica el doctor Schwarzkopf.
Dependemos mucho de la estructura cerebral
No hay duda de que las ilusiones ópticas nos muestran que la forma en que vemos el mundo no necesariamente es físicamente acertada y proporcionada. Tampoco quiere decir que no percibimos la realidad como debe ser. Lo que estas variaciones en la percepción nos enseñan, es que mucho de lo que vemos depende del funcionamiento de nuestros cerebros.
“Las ilusiones ópticas nos inspiran y mistifican nuestra imaginación. Ilusiones como éstas influyen en qué tan grande algo luce para nosotros, es decir, que nos pueden engañar haciéndonos creer que dos objetos idénticos tienen tamaños distintos. Ahora hemos demostrado, precisamente, que la grandeza de algo dependeré del tamaño del área cerebral que es necesaria para la visión. Qué tanto el cerebro te engañe dependerá de cuántas ‘bienes raíces’ haya dispuesto el cerebro para el procesamiento virtual”, añadió Schwarzkopf.