Nos deseamos suerte, la repartimos, nos la prometemos e intentamos hacer todo lo posible para atraerla, a veces con ritos y comportamientos que si los reconociéramos en el de tribus primitivas nos llamarían la atención. Una atención bajo una distancia etnológica, por supuesto. Sin embargo, se trata de lo mismos ritos propiciatorios para alcanzar una suerte hecha a la medida de nuestras necesidades y deseos.
La suerte es fiarse, confiar, en que el azar será el responsable de nuestros actos, del éxito de nuestra empresa, de que las cosas salgan precisamente como las hemos pensado y como más las deseamos. Pero, si la realidad nos devuelve inconvenientes, la culpa será de la suerte, o seguro, que de la mala suerte.
La suerte es como un comodín que en ocasiones se viste de esperanza, se acomoda como una ilusión en nuestro ánimo y que juega a nuestro favor en tanto en cuanto el deseo o la necesidad mal dirigidos la alimentan de forma irracional.
La suerte sólo es un espejismo de nuestro sentir, y, como tal, como la interpretamos y la deseamos, no existe. Y no existe porque se basa en esa irracionalidad que apuntábamos y en el azar. Y una vida, un trabajo, una oportunidad de la que tanto dependemos no puede aparecer y mejorar nuestro futuro de la misma forma que cuando salta la liebre, que salta cuando salta, siempre que haya liebre, claro.
Pero ¿y entonces, tiene sentido hablar de suerte? Sí, y no. No, porque la suerte como se entiende popularmente como una guía para vivir de forma normalizada no funciona, la suerte es nuestro ánimo que interpreta volublemente factores muchos de ellos sin relación alguna.
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Y si no, siga leyendo. Imagínese que se traza una ruta de acciones realistas para garantizar el éxito de una empresa, que es metódico, que está muy atento a lo que pasa a su alrededor, que es constante, que sabe y está dispuesto a cambiar en algo el rumbo de sus acciones cuando hay que hacerlo sin dejar de ver la meta en todo momento.
A eso se le llama trabajar en favor de la suerte y de las oportunidades que le llegarán con su constancia y dedicación para llegar a una meta, a su meta. Y si no, piense en la intuición de un Einstein que se pasó años cavilando sobre su teoría rupturista de la relatividad.
Nació y vivió en el momento justo de la historia de la física, lo cual puede ser considerado como una suerte, pero sin su preparación y dedicación a esa meta hoy andaríamos todavía con Newton y sus neonewtonianos.
Y ahora, puede hacer dos cosas, sentarse a esperar que le toque la suerte sin hacer nada, nada de nada, y desesperarse porque no avanza, o movilizarse, trabajar en la dirección más realista, en esa en la que va a encontrar sus oportunidades. Usted elige.
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