Para convertir el Especial Alimentación en que se publicó en un número “redondo” era importante empezar por un artículo que resumiera a la perfección cuáles son los principales problemas del sistema alimentario occidental actual y, por ende, cuáles son las soluciones. Ignacio Amián, vicepresidente de la SEAE (Sociedad Española de Agricultura Ecológica), glosa en este texto la sinrazón de un sistema económico que ha convertido nuestra alimentación en comida basura: pesticidas, hormonas, transgénicos... Por otro lado, señala la apuesta biológica como la solución a los problemas de contaminación alimentaria y soberanía ciudadana.
Utilizamos sistemáticamente varios miles de moléculas químicas en la producción de alimentos procedentes de la agricultura, la ganadería y la industria alimentaria, llamadas biocidas. Como su nombre indica, se trata siempre de matar o de paralizar la actividad biológica.
El sistema de evaluación de las citadas moléculas químicas de síntesis no ofrece garantías de seguridad probada; antes al contrario, cada día es mayor el número de correspondencias entre el uso de estas sustancias y diferentes enfermedades degenerativas, amén de un interminable listado de otros efectos perniciosos sobre la vida toda del planeta Tierra: desertización, erosión, contaminación, desaparición de miles de especies animales y vegetales...
Por contraste, desde hace más de setenta años, se vienen desarrollando estilos de agricultura y ganadería alternativas, reglamentados y protegidos oficialmente por la Unión Europea (Reglamento 2092/91 de 24 de junio de 1991), con el nombre de agricultura ecológica, orgánica o biológica, que garantizan la seguridad y soberanía alimentaria y que han demostrado ser capaces de competir económicamente con el modelo productivista, además de hacer frente a las repercusiones directas e indirectas y a los problemas globales de la agricultura química intensiva o a su última expresión basada en la ingeniería genética.
VENENO LENTO
Quiero denunciar que el modelo alimentario mundial actual no sólo es incapaz de dar de comer a toda la población, sino que envenena lentamente a los que alimenta.
Resulta difícilmente creíble que a partir de un modelo de producción de alimentos predominante durante los últimos treinta años en el primer mundo, el cual se ha apoyado básicamente en la química de los biocidas, se pueda construir una sociedad sana y un planeta Tierra vivo y disfrutable por todos sus habitantes.
A partir de la II Guerra Mundial, la investigación agronómica en el manejo y control de artrópodos, enfermedades fúngicas o bacterianas, así como en el manejo de la flora silvestre que acompaña los cultivos, cambió radicalmente de signo. Se estaba tratando por entonces de conocer la biología y la ecología de las citadas especies para buscar los antagonistas o predadores de tales insectos-plagas (Alvarado 1990), cuando la industria química, fuertemente desarrollada como arma de guerra*, desembarca en la praxis agronómica, no cabe duda de que aligerando y facilitando en una primera instancia el control de las plagas, pero prometiendo lo que nunca pretendió resolver: el hambre en el mundo (Porcuna 1999).
EL CASO DEL DDT
El ejemplo más significativo fue el del DDT, galardonado con el premio Nobel en 1948 y prohibido hoy en el mundo entero por su carácter de tóxico acumulativo en la grasa humana y cuya presencia ha alcanzado y continúa presente en toda la cadena alimenticia del mundo entero, incluso en la leche materna.
Es obvio que se multiplicó la producción de alimentos por unidad de superficie cultivada con los avances de la Revolución Verde. La producción de cereales por superficie se multiplicó por 2,3 y las legumbres y plantas oleaginosas-proteaginosas por cerca de 1,7 hasta 1988, según datos de la FAO. A partir de ahí el signo de crecimiento se estabiliza.
La preocupación por la disponibilidad suficiente de alimentos ha sido una constante, un argumento insistente para justificar el uso de continuas y cada vez más agresivas tecnologías a fin de incrementar los alimentos producidos y/o extraídos. Y también para descalificar a los movimientos alternativos que ofertaban otro modelo de producción agraria, arguyendo que tales modelos son incapaces de alimentar a la Humanidad.
Según datos del economista Francisco Alburquerque en las primeras Jornadas de Agricultura Biológica, organizadas en Sevilla en 1984, ya entonces con la comida consumida por perros y gatos de los EE.UU. había suficiente para paliar las carencias alimentarias del continente africano. El problema de la alimentación mundial no es una cuestión de cantidad, sino de reparto y de incapacidad de ciertas poblaciones de acceder a pagar o a proveerse de las calorías imprescindibles.
Por otro lado, es también conocido que la agricultura más reciente se está dirigiendo, ante las presiones de gran parte de la sociedad desarrollada y más aún a causa de los escándalos alimentarios, hacia modelos menos agresivos.
El desarrollo intenso de la lucha química ha producido varias generaciones de pesticidas¹, cada vez más específicos y más sofisticadamente agresivos en su actuación sobre la plaga, dadas las rápidas mutaciones y resistencias que se producen, generación tras generación, en las diferentes especies y razas de artrópodos, como respuesta a dichos productos químicos.
DESTRUCCIÓN Y MUERTE
Productos sintetizados inicialmente como armas químicas para matar al hombre se desviaron hacia la lucha contra las plagas y enfermedades al finalizar la Segunda Guerra Mundial. El bromuro de metilo, por ejemplo, un gas letal e inodoro, a pesar de la normativa europea para su eliminación, se sigue defendiendo hoy en muchos medios técnicos agrarios como imprescindible para la desinfección de la tierra donde se han de desarrollar los cultivos forzados bajo abrigo (invernaderos, túneles y acolchados).
Como su nombre indica, la mayoría de los biocidas tienen por objeto matar a insectos, arácnidos, moluscos, hongos, bacterias, hierbas, etc. Siempre, matar. El mismo lenguaje expresa, sin lugar a dudas, la concepción del modelo de actitud por parte de la industria química y transmitida a los agricultores: lucha a muerte. ¿Es tan extraño que los efectos mortíferos de esas moléculas químicas alcancen al ser humano y también a otras muchas especies de seres vivos?
Podemos hablar de una escala de peligrosidad en la procedencia de los vegetales o animales de que nos alimentamos, según el grado de intensidad de su cultivo o crianza.
Así, cereales, legumbres, oleaginosas, frutos secos, etc. son cultivos poco intensivos; por tanto, la tecnología se ha dirigido a obtener una máxima cantidad con el mínimo de gastos, a mejorar la maquinaria, a la selección de semillas, a hacer más eficiente los abonos y a mejorar las técnicas de recolección y conservación.
De esta manera, los principales problemas generados por estos cultivos son medioambientales: erosión, desertización y salinización de suelos y acuíferos, aunque también se deben al uso masivo de abonos minerales sintéticos, sobre todo los nitratos, que pueden evolucionar a nitritos y a nitrosaminas. Además, las pequeñas dosis de tratamientos fungicidas, herbicidas o desinfectantes de suelos y de semillas tampoco son inocuas, dado el grado acumulativo en la cadena alimentaria de muchas de las moléculas químicas utilizadas. De hecho, dentro de la propia Unión Europea, mientras los suelos son más pobres y el medio geográfico menos favorable para la producción intensiva o especializada y altamente tecnificada, los ecosistemas se han transformado menos y la artificialización de la agricultura ha sido menor (Gastó 1993), provocando un éxodo y abandono de grandes zonas rurales.
LA GANADERÍA
En un orden de cosas parecido están las ganaderías extensivas. Animales vacunos, caprinos, ovinos y el cerdo ibérico, criados casi en libertad en montes, dehesas y comarcas serranas. Sin embargo, el cambio acelerado del modelo de vida ha presionado fuertemente a los ganaderos para que entren plenamente en el llamado “complejo soja mundial” de producción acelerada a base de gigantescas cantidades de piensos a muy bajos precios (M. Viladoviú 1982), hiriendo de muerte a su sistema tradicional de animales criados sueltos en los pastizales. Ahora, la historia es otra: animales medicamentados por sistema; esto es, dopados de por vida con antibióticos, hormonas (algunas, prohibidas), correctores vitamínicos, tranquilizantes... además de piensos cárnicos (origen de la enfermedad de las “vacas locas”).
Volviendo a lo que hablábamos, el caso de cambio de sistema ganadero se ha dado de forma emblemática en Galicia, donde las explotaciones de vacuno de leche, de ser ganado semiextensivo, criado fundamentalmente con la hierba de prados anuales, están pasando a ritmo acelerado a convertirse en vaquerías de estabulación casi permanente.
FRUTAS Y HORTALIZAS
Un segundo escalón lo constituyen los cultivos de frutas y hortalizas de temporada, sembrados en sus épocas normales de cada comarca y al aire libre. Por ejemplo, las coles y los espárragos de Navarra, los ajos de Córdoba, las naranjas valencianas o los melones de la Mancha. Estos cultivos siguen un programa intenso de abonos químicos y tratamientos generalmente preventivos, según un calendario fenológico del cultivo y de las plagas potenciales, con productos ya conocidos como cancerígenos o disruptores hormonales, además del uso habitual de significativas cantidades de herbicidas que se van acumulando en los suelos, en las aguas subterráneas y en lagos o reservas artificiales. La Administración no controla el plazo de seguridad exigido para sus aplicaciones y la analítica exigida para el control de residuos por encima de las dosis legalmente permitidas se está llevando a cabo de forma más rigurosa, por desgracia, en las comarcas donde la producción se exporta mayoritariamente a países europeos, que tienen mayores niveles de exigencias y de control.
En el escalón más alto de la dependencia de insumos y productos externos están los cultivos forzados bajo plásticos y los animales criados en granjas intensivas.
Los productos más cargados de tratamientos son los perecederos, las hortalizas frescas y las carnes procedentes de la ganadería intensiva (pollos y cerdos, sobre todo, ya que son la base de la ganadería sin suelo; pero también los corderos y cabritos) obtenidos mediante cría o cultivo forzado genética y fisiológicamente, a base de importantes cantidades de insumos: energía fósil, abonos de síntesis obtenidos del petróleo, como los nitrogenados o minerales procedentes de yacimientos no renovables, amén de semillas obtenidas con laboriosos procesos de investigación; o bien los animales cebados en un corto periodo de tiempo y con piensos y sus correctores más aditivos, de modo que la capacidad de transformación que posee el organismo del animal se incrementa al máximo de su expresión genética. O... “si hace falta, la cambiamos”.
De las ganaderías intensivas, además de la catástrofe del tema de las “vacas locas”, el resumen no puede ser más elocuente: pollos y cerdos quedan reducidos a su tubo digestivo, el cual está concebido para asimilar los nutrientes recibidos, y con el máximo de eficiencia; es decir, máxima capacidad de transformación. En consecuencia, todo competidor potencial debe ser eliminado: parásitos internos o externos, posibles enfermedades infecciosas. Esto es así no sólo cuando existe el problema, sino también cuando puede darse la probabilidad. Los “competidores” se eliminan mediante dosis calculadas de antibióticos, antiparasitarios, correctores minerales y vitamínicos, etc., utilizados sistemáticamente en la dieta diaria. Amén de los ya por suerte prohibidos: anabolizantes o aceleradores de la asimilación.
SIN SEGURIDAD
Durante años los gobiernos y sus instituciones encargadas de velar por la seguridad alimentaria desarrollaron una compleja estructura legal y un cuerpo completo de medidas de control, que no cabe duda de que han eliminado un sinfín de enfermedades infecciosas de las sociedades ricas y desarrolladas, pero no han resuelto el problema del hambre a nivel mundial (Porcuna, 1999); por el contrario, han generado un deterioro medioambiental, para cuya corrección posiblemente ya se haya llegado tarde. Y, además, están produciendo lentamente el envenenamiento masivo y a bajas dosis de la población, envenenamiento que se manifiesta día a día, al tiempo que se van correlacionando diferentes enfermedades degenerativas con el uso y el abuso, en todas las actividades de la vida, de un sinfín de moléculas químicas de síntesis. Se trata, “por prevención”, con medicamentos a los animales, sin que existan problemas reales. A los piensos se les suman medicamentos por sistema sin que exista la enfermedad. Las condiciones de sobreexplotación enferman sistemáticamente a los animales.
Como nos pone de manifiesto el profesor de toxicología de la Universidad de Córdoba, Diego Santiago, los sistemas habituales de seguridad son insuficientes. Para colmo, puedo afirmar con autoridad que en el campo se respetan aún menos los plazos de seguridad exigidos entre la aplicación de determinados tratamientos fitosanitarios y la recolección para poner en el mercado dichas hortalizas y frutas.
Los múltiples y elocuentes trabajos presentados en este artículo y las investigaciones ya antiguas de Theo Colborn y sus colaboradores, planteadas en el libro Nuestro Futuro Robado (1998), muestran un elemento que debe hacernos reflexionar: el método de control de la seguridad sanitaria en el uso de biocidas usados en la agricultura y ganadería no ofrece ninguna garantía, puesto que, aun aplicándose escrupulosamente todos los sistemas legales establecidos, cada día se descubren nuevos efectos dañinos de estos productos.
Por consiguiente, se puede afirmar que la solución no está en buscar nuevas moléculas hipotéticamente inocuas para el hombre, que resuelvan al mismo tiempo el problema de la lucha fitosanitaria o ganadera sin dañar la salud ni el medio ambiente, como se quiere pregonar ahora con los alimentos modificados genéticamente, sino más bien en afrontar la cuestión desde otra perspectiva positiva global. ¿Qué condiciones ecológicas son necesarias respetar para que no se produzca tal o cual desequilibrio en los cultivos o en las ganaderías, desequilibrios que hagan fallar los mecanismos de autorregulación de todos los seres vivos y obliguen a estar interviniendo con tratamientos continuos?
BAJOS PRECIOS
Las reglas del juego del mercado mundial presionan cada vez más a los agricultores y ganaderos para que produzcan a más bajos precios, forzándoles a ponerse en manos de las firmas comerciales que les ofrecen todo el paquete tecnológico gracias al cual conseguirán la rentabilidad que les exigen.
Consecuentemente, las inversiones se incrementan y el agricultor, olvidados sus conocimientos de antaño y ante el riesgo de grandes pérdidas económicas, utiliza todos los medios a su alcance, aunque el modelo suponga un tremendo e ineficaz consumo energético, una alta cantidad de insumos y el uso de una maquinaria y unas tecnologías que erosionan y desertizan, contaminan y destruyen la biodiversidad del planeta, al dedicar grandes extensiones a monocultivos y expulsar para ello a los pequeños agricultores de sus tierras anteponiendo a toda costa los beneficios de las megaempresas de los agroquímicos al respeto del bienestar colectivo.
Las consecuencias de este modelo son también:
• El hambre no ha disminuido sino que ha aumentado en los últimos veinte años.
(The Ecologist. Especial Monsanto Files)
• Los países pobres son cada vez más pobres y los marginados, más marginados.
( I. Ramonet 1998)
• Los recursos naturales son expoliados por las grandes empresas transnacionales de la energía, la química, las semillas, la madera, etc., que, además, se agrupan en corporaciones más poderosas. (Greenpeace, 1992).
• Se continúa expulsando a los agricultores de la explotación familiar para seguir teniendo mano de obra barata en los grandes centros (Vandana Shiva. 1989).
La idea de producir cada vez más barato es difícilmente compatible con la de producir alimentos de alta calidad y respetuosos. Me sumo al pensamiento del agrónomo francés Claude Bourgignon: “No es más ciencia y tecnología lo que está necesitando el campo, sino más corazón ”.
LA ALTERNATIVA
Un breve repaso estadístico nos muestra que el consumo de alimentos ecológicos, en la actualidad, es muy pequeño en relación con la producción global de alimentos en el mundo rico occidental. En los últimos años del siglo, no obstante, el sector creció más del 30% anual. Y se multiplicó por más de siete veces la producción desde que comenzara en el Estado español a concederse ayudas directas a la producción “bio”.
Países como Dinamarca, Austria o Suiza han puesto en marcha compromisos y medidas para transformar el modelo alimentario. Dinamarca propuso para el año 2000 subir el consumo de alimentos ecológicos hasta el 10% y, para el año 2010, transformar toda la alimentación en biológica.
El consumo en Estados Unidos pasa de 4.000 millones de dólares y el incremento anual en España es del 20 al 30%, según comenta Montse Arias, en el Boletín de la Asociación Vida Sana (1998). Andalucía está ahora mismo a la cabeza en una producción organizada de productos ecológicos.
En una encuesta callejera realizada en Córdoba en 1994 por un programa de la TV municipal, todos los encuestados, con muy diferente grado de conocimiento sobre los productos ecológicos, coincidieron en una cosa: “Son mejores porque están cultivados sin química”. No se trata de satanizar la química; nos referimos al camino que ha seguido la ciencia agronómica para el control de las plantas y animales criados para alimentar y servir al hombre: una lucha a muerte con la vida.
Así, en todos los reglamentos establecidos en Europa desde los años treinta sobre las normas de control de Agricultura Ecológica (biológica, orgánica o biodinámica) se enfatiza la exclusión radical de los productos químicos de síntesis. Ya por aquel entonces empezaba a organizarse una agricultura llamada natural ², pero este movimiento quedó oculto por la Segunda Guerra Mundial, y de nuevo se reorganizó durante los años sesenta, con la creación de diferentes asociaciones privadas en todo Occidente. Estas entidades se encargaban de avalar ante los consumidores la veracidad de unas normas respetuosas de cultivo y cría de ganados. Los diferentes reglamentos se compendiaron en el cuaderno de normas básicas de la International Federation of Organical Agriculture Movements (IFOAM), con sede en Tholey-Theley, Alemania, en 1970, y posteriormente fueron oficializados por la Unión Europea en 1991, en el reglamento 2092/91 del 24 de junio, como ya se mencionó anteriormente.
La agricultura ecológica se puede definir, pues, como un método de obtención de alimentos sanos y suficientes para alimentar a todos, respetuoso con los recursos naturales y que reúne al mismo tiempo los conocimientos y manejos de las ciencias actuales más avanzados, junto con aquellos conocimientos del medio que a través de milenios de agricultura han ido amasando las poblaciones locales en su coevolución con el medio ambiente.
Ignacio Amián. En su momento, vicepresidente de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE) y este artículo es un texto actualizado y resumido del escrito del autor que formó parte de la IV Conferencia sobre Disruptores Endocrinos (Quadern CAPS. Nº 29). Título original: “El modelo alimentario actual va contra la vida”
¹ Pesticida: anglicismo que significa producto químico que “mata las plagas” pero que se utiliza para referirse genéricamente a todos los biocidas usados en agricultura y ganadería o en silvicultura para eliminar artrópodos, hongos, bacterias, hierbas. . .
² En 1924, el filósofo croata Rudolf Steiner imparte un ciclo de conferencias que dan pie a la llamada agricultura biodinámica. En Francia, aparece el Metodo Lemaire-Boucher y se abre en París, en 1933, la primera tienda de productos biológicos. En Inglaterra, en 1938, el agrónomo Albert Howar y la señora Balfour dan pie a una importante asociación conocida como Soil Association, que será durante muchos años un referente para la agricultura ecológica europea (Amián 1993).
*Nota de The Ecologist. Un caso emblemático de cómo la industria química trabajó con los mismos productos para la industria bélica y la agricultura es el Agente Naranja de Monsanto, utilizado como defoliante en Vietnam y como herbicida en la agricultura industrial.
http://www.vidasana.org/ - ECOticias.com.-por maria angelica sassone