El tipo de alimentación, especialmente cárnica, que se promociona  en muchos países capitalistas, unido a las formas de vida sedentaria,  consumista, desestructurada social y familiarmente, etc. que lleva  aparejada la ideología del máximo beneficio económico y del  adormecimiento social, está llevando a la humanidad a la contradictoria  realidad de una hambruna cada vez mayor, por una parte, y de  enfermedades cardiovasculares por sobrepeso y obesidad y toxiinfecciones  alimentarias emergentes por otra. Y todo ello, en un planeta cada vez  más amenazado por la contaminación creciente, el calentamiento global a  que está siendo sometido, la pérdida de selvas y suelo como sumideros de  carbono, etc.  
    Cuando se ha cumplido un año del primer caso de infección por  Escherichia coli O104:H4 del mortífero brote ocurrido en Alemania (46  defunciones en Europa) (1), aparece en la República bolivariana de  Venezuela una noticia con la que aparentemente no tiene ninguna  relación: la empresa socialista ganadera agroecológica “Marisela”  (Estado de Apure) se afianza y ya ha producido más de tres millones de  toneladas de carne para el pueblo venezolano (2). 
   Por un lado asistimos a la preocupante proliferación de brotes  epidémicos por diversas bacterias (E. coli, Salmonella spp., Listeria  monocytogenes, Campylobacter, etc.) cada vez más resistentes a los  antibióticos, o con formas recombinadas como la última de Alemania (cepa  con características recombinadas de la E. coli enteroagregativa y la E.  coli enterohemorrágica), que se producen en muchos países capitalistas,  y que se asocia a la predominancia de la ganadería intensiva alimentada  con granos en los contaminantes e insalubres establecimientos  denominados “feedlots”. El tipo de alimentación, especialmente cárnica,  que se promociona en dichos países, unido a las formas de vida  sedentaria, consumista, desestructurada social y familiarmente, etc. que  lleva aparejada la ideología del máximo beneficio económico y del  adormecimiento social, está llevando a la humanidad a la contradictoria  realidad de una hambruna cada vez mayor, por una parte, y de  enfermedades cardiovasculares por sobrepeso y obesidad y toxiinfecciones  alimentarias emergentes por otra (3). Y todo ello, en un planeta cada  vez más amenazado por la contaminación creciente, el calentamiento  global a que está siendo sometido, la pérdida de selvas y suelo como  sumideros de carbono, etc. 
   Las grandes corporaciones agropecuarias no sólo constituyen un inmenso  almacén de microorganismos patógenos que se recombinan genéticamente de  forma peligrosa y con consecuencias insospechadas, y que provocan  resistencias a antibióticos de forma alarmante, como ya lo denunciaba la  propia OMS en el 2004 (4). También originan un proceso de concentración  y privatización de empresas, tierras y aguas que está arruinando a cada  vez más pequeños agricultores y ganaderos, privándolos de sus medios de  subsistencia y lanzándolos a la miseria. 
   Unido a esta realidad asistimos a un proceso de latrocinio a manos de  las multinacionales energéticas, farmacéuticas, alimentarias,  agropecuarias, etc., muchas de ellas asociadas entre sí, que, revestido a  veces de ayudas al desarrollo (capitalista, claro) y “humanitarias”,  amenazan con despojar a los pueblos de su saber natural milenario, su  cultura y su capacidad de decisión sobre sus hábitos alimentarios entre  otros. El proceso de acumulación capitalista a escala global lleva  implícito la reducción (cuando no la destrucción) de la soberanía de los  pueblos, y especialmente en lo que estamos tratando, de la soberanía  alimentaria. 
   La Soberanía Alimentaria (concepto propuesto por Vía Campesina en el  Foro paralelo a la Cumbre Mundial de la Alimentación de Roma en 1996)  apuesta por la relocalización de los sistemas agroalimentarios y por  modelos de producción campesinos, pero también incrementaría la  seguridad alimentaria desde la perspectiva del riesgo toxiinfeccioso.  Por un lado, los alimentos serían adecuados al contexto cultural, pero  por otro lado, la agricultura y ganadería campesina, desde el enfoque de  la agroecología, favorecería la producción de alimentos sin tóxicos,  disminuyendo el riesgo de consumir alimentos contaminados a nivel de  granja, y socialmente justos. Así mismo, el acortamiento de la cadena  alimentaria y la reducción del número de intermediarios y  transformaciones sufridas por los alimentos disminuyen los puntos  críticos en los que los alimentos pudieran ser contaminados. 
   Lo ocurrido en el brote epidémico de E. coli en Alemania hace un año,  donde las cadenas globalizadas de comercialización de semillas y  productos provocaron que se tardaran varias semanas meses en conseguir  la trazabilidad para determinar el origen de las potenciales fuentes de  contaminación y reducir las consecuencias de esa crisis alimentaria,  sería impensable si la sociedad se basara en el principio de la  soberanía alimentaria, donde una cadena corta de comercialización  permitiría saber de inmediato el origen de los productos consumidos (5). 
   Se conoce desde hace años que la carne del ganado vacuno que se alimenta  con pastos naturales presenta una serie de ventajas nutricionales  respecto al alimentado con granos como maíz, sorgo, cebada, etc. No sólo  tiene menos grasas total y saturadas, y presenta mayores cantidades de  antioxidantes como la vitamina E y los beta-carotenos, de ácido  clavulánico conjugado (protector de algunos tumores) o de grasas  omega-3, entre otros (6, 7, 8). Es que además de esta razón  incontestable para la salud humana, cada vez hay más evidencias de que  la alimentación con pastos reduce la contaminación por E. coli en las  carnes de vacuno y en las heces de estos rumiantes que contaminan  enormemente los ríos y acuíferos de los establecimientos de cría  intensiva. 
   El sistema de alimentación basado en granos genera un alto nivel de  acidez en el colon de los animales, obligando a la E. coli a mutar para  adaptarse a esa acidez y por tanto hacerse resistente a la acidez del  aparato digestivo de los seres humanos, provocando una enfermedad más  virulenta (9). Esto es lo que pasó con la cepa O157:H7, que apareció en  los EEUU en 1982 en brotes epidémicos asociados al consumo de  hamburguesas. Un equipo de la Universidad de Cornell comprobó que frente  a las más de 6 millones de bacterias que encontraron en las heces de  ganado vacuno alimentado con granos, sólo hallaron 20.000 en las  alimentadas con pastos, y en el estómago de los humanos, la  supervivencia de E. coli procedente de los primeros era de una  proporción de 250.000 a 100 (10). 
   Por tanto, si hay evidencia científica sobre los problemas nutricionales  y sanitarios de la carne procedente de la ganadería intensiva, además  de lo tantas veces denunciado sobre las hormonas del crecimiento  recombinantes que se le inyectan o los antibióticos terapéuticos y  preventivos debido a las enfermedades provocadas por la hiperacidez  digestiva, el hacinamiento y el estrés del ganado, ¿cómo sigue creciendo  este tipo de complejos industriales ganaderos basado en este tipo de  alimentación y crianza? 
   Pero la solución tampoco es hacer grandes fincas de ganado con  producción extensiva para que coman pastos y conseguir carnes ecológicas  y más sanas. El planeta no podría soportar esa presión que supone una  ganadería al ritmo de crecimiento que le imprime el capitalismo. Hasta  las Naciones Unidas han realizado un dramático llamamiento a los países  capitalistas industrializados para que su ganadería aproveche únicamente  recursos naturales, pastizales y hojas de árboles y arbustos, sin  competir con la tierra necesaria para el cultivo de cereales y el agua  imprescindibles para la alimentación humana: no puede ser que el 8% del  consumo mundial de agua se destine a la ganadería, y de ella un 70% se  destine para el regadío de pastos y forrajes (11). Es fundamental,  además, la reducción del impacto sobre el clima de la actividad ganadera  que promueve el sistema, ya que es responsable del 18% de las emisiones  de gases de efecto invernadero, porcentaje mayor que el correspondiente  a los me dios de transporte (11). También se advierte de que el sector  ganadero emite el 37% del metano antropógeno, el cual proviene en su  mayor parte del proceso de fermentación ocurrido en la digestión  intestinal de los rumiantes y tiene un potencial de calentamiento global  23 veces mayor que el del CO2, y el 65% del óxido nitroso antropógeno  (potente gas de efecto invernadero), en su mayor parte proveniente del  estiércol. Aunque también, en el tema de la industria ganadera a gran  escala que estamos tratando, cuando los bosques tropicales se talan y  son transformados en pastizales, las emisiones de óxido nitroso aumentan  el triple (12). 
   Pero no sólo la contaminación y el clima son peligros reales de una  producción ganadera buscando sólo el beneficio de las multinacionales  pecuarias. El 30 por ciento de la superficie terrestre que ocupa hoy en  día la ganadería estuvo antes habitada por fauna silvestre, por lo que  se sostiene que el sector pecuario podría ser el primer responsable de  la pérdida de biodiversidad dado que es la primera causa de  deforestación y tiene una alta participación en la degradación del  suelo, la contaminación, etc. Un análisis de la Lista Roja de Especies  Amenazadas de la prestigiosa Unión Mundial para la Naturaleza (UICN)  muestra que la mayoría de las especies amenazadas en el mundo se ven  sometidas a pérdidas de hábitats debido a la actividad ganadera (12). 
   Aquí, en el estado español, los capitalistas no atienden a estos  razonamientos y continúan el proceso de industrialización y  concentración de empresas, con el consiguiente desmantelamiento de las  pequeñas instalaciones ganaderas. Así ha ocurrido con la reciente  formación de una de las mayores corporaciones europeas, “Campofrío Food  Group” que controla empresas españolas como Navidul, Revilla u Oscar  Mayer, además de otras empresas portuguesas, belgas, francesas, rumanas,  etc. del sector. Además, la ganadería industrial intensiva española,  que tiene a Cataluña como referente al convertirse en el principal  productor de carne porcina del estado, es el principal devorador de  cereales y el principal motor de importación de los mismos para la  fabricación de piensos, siendo un sector succionador clave de la soja  que se produce en Argentina y Brasil en preocupantes condiciones de  monocultivo. Si a esto le unimos la total dependencia exterior de  producción española de carne, leche y huevos industriales, tenemos que  ser conscientes de con este estado de cosas no sólo disminuye nuestra  soberanía alimentaria sino que contribuimos a destruir la de otras  regiones del mundo más desfavorecidas. 
   Y por supuesto, no queremos añadir a esta situación el papel de la  proliferación de los cultivos transgénicos (OGM) en el estado español y  en el mundo, para la fabricación de piensos como es el caso del maíz,  pues nos extenderíamos mucho y creemos que ya ha quedado claro en otros  estudios (3), aunque ambas problemáticas están íntimamente relacionadas y  este hecho no hay que perderlo de vista. 
   Los pueblos deben recuperar su soberanía alimentaria. Deben volver a  tener la capacidad de decidir qué, cuánto y dónde se produce, y cómo se  produce, y qué tipo de alimentación está en consonancia con el  equilibrio de la naturaleza, así como con sus intereses sociales,  culturales, comunitarios y ecológicos que le proporcione la verdadera  salud entendida como bienestar personal y social en interacción con el  mundo que le rodea. 
   Como siempre ha ocurrido, el capitalismo no retrocede ante los reveses  que le pueden suponer las crisis sanitarias animales y humanas o las  campañas de desprestigio de grupos de consumidores que cuestionan su  política agropecuaria. Al contrario, se adapta a las nuevas condiciones y  trata de atraerse a los nuevos consumidores. El capitalismo se hace  “ecológico” para continuar con sus ganancias y su explotación de la  población trabajadora y la esquilmación de los recursos naturales del  planeta. Que las vacas tienen mala prensa, porque están locas o provocan  epidemias de infecciones por E. coli, pues se crían cerdos y pollos.  Que aparecen epidemias de gripe aviar o gripe porcina, pues se decide  cerrar fronteras según las procedencias de esos productos, o se  aprovecha para incrementar los precios de ganado alternativo, o se  vuelve a criar ganado vacuno pero ahora ecológicamente y en grandes  extensiones de pastizales aunque sea talando selvas, o se favorecen las  granjas aviares de color “verde” con pollos menos hacinados y con  alimentación a base de piensos hecho con soja cultivada en Argentina  como monocultivo después de despojar de sus tierras a los campesinos  pobres. El círculo se ha cerrado. 
    Por eso, la soberanía alimentaria que está presente en las  reivindicaciones de los movimientos campesinos y ecologistas del mundo  entero, únicamente tiene verdadero sentido si va unida a la soberanía  social y económica. Los pueblos serán dueños de su destino si consiguen  ser libres y soberanos de su presente en todos los ámbitos: social,  cultural, alimentario, etc. Y para eso deben tener el poder de decidir y  actuar, y deben tener la tierra y el agua de la naturaleza que habitan.  Decir “soberanía alimentaria” es decir “tierra y libertad”, y en la  mayor parte del mundo, y en nuestra Andalucía también, eso quiere decir  “revolución agraria” y “revolución socialista”; quiere decir poder  socialista para planificar la producción y el consumo de alimentos, del  tratamiento de las semillas y la gestión del agua con el único fin de  proporcionar una vida digna y saludable a los seres humanos en un  planeta vivo y diverso. 
   Así lo entienden ahora los cubanos, con el desarrollo de la finca  ganadera en la Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC), después  de salir de los errores que les llevaron en los años 60 y 70 del pasado  siglo a hacer depender su agricultura y ganadería de las grandes  importaciones de piensos y productos agrotóxicos procedentes de la  antigua URSS, cuando los soviéticos y sus aliados no entendían otra cosa  que el crecimiento desorbitado y antinatural como forma de combatir al  capitalismo, aun a costa de cometer las mismas aberraciones que ellos en  el plano alimentario, agropecuario y ecológico. Ahora, mediante las  UBPC están desarrollando modelos agroecológicos y están volviendo a la  autosuficiencia y sostenibilidad, logrando una transformación favorable  en las superficies destinadas a pastoreo, cultivos forrajeros y  agroforestales, así como un aumento de la biodiversidad y la integración  de la ganadería–agricultura (13). 
   Esto está en consonancia con la defensa de la llamada «finca campesina»  como unidad de producción y consumo que se ha desarrollado en muchas  zonas de América Latina de forma histórica y que se está poniendo como  ejemplo del importante papel que el componente pecuario (rumiantes y no  rumiantes) desempeña cuando estos se integran a sistemas diversificados,  como son las unidades familiares o cooperativas de producción  agropecuaria donde se manifiestan múltiples interacciones entre sus  componentes biofísicos y socioeconómicos. El forraje, el grano y los  residuos de cosecha se destinan para alimentación del componente animal  (equinos, ovinos, caprinos, cerdos, aves y conejos) e, inversamente, los  servicios y desechos animales son empleados en actividades agrícolas y  forestales (el abono y la fuerza de tracción animal). A su vez, los  animales adquieren múltiples finalidades, sea que se destinen al consumo  de la colectividad o al mercado, bien como fuente de proteína animal o  como abrigo en forma de lana y cuero (14). 
   Pero especialmente lo están entendiendo los venezolanos en su  experiencia de construir una sociedad socialista en el continente  americano. Y en esto el “Hato Marisela” (“hato” o hacienda ganadera, en  países como Venezuela, Colombia, Honduras, etc.) es un ejemplo que  debemos analizar para proporcionar una alternativa a nuestros jornaleros  y pequeños agricultores y ganaderos que luchan por la, a menudo,  descarnada y etérea soberanía alimentaria. 
   En Marisela (que suena parecido a Marinaleda, ejemplo andaluz de  autogestión popular) la soberanía alimentaria la entendieron ocupando,  produciendo y distribuyendo las tierras ociosas en poder de los antiguos  terratenientes de la hacienda El Frío (fronteriza con Colombia). Con  ello rompieron los esquemas latifundistas para incluir al pueblo  trabajador, campesinas y campesinos, en la participación popular como  protagonista de su propio poder de elegir el modelo de producción  adecuado a fin de tener tierras y personas libres. La entendieron  construyendo una empresa socialista de más de 63.000 hectáreas dedicada  al manejo integrado de rebaños y cultivos (incluyendo lagunas  agroecológicas de piscicultura) con el fin de crear una nueva visión  integral de los modos de producción con principios agroecológicos y  sostenibles. Marisela, a través de los Consejos Comunales, la entienden  como una manera, históricamente determinada, de impulsar formas de  autogobierno y autodefensa popular entre las trabajadoras, los  trabajadores y las comunidades orientadas al alcance de la soberanía  alimentaria y la defensa integral de la nación bolivariana. 
   Ahora que el Sindicato Andaluz de Trabajadoras y Trabajadores está  impulsando la ocupación y reocupación de la finca de Somonte (Palma del  Río, Córdoba), pasa a un primer plano la reivindicación de dar tierra y  libertad al pueblo trabajador del campo andaluz, y con ello avanzar en  su soberanía alimentaria. Pero en este momento de crisis sistémica del  capitalismo no basta con dar sólo “tierra pa’l que la trabaja”, o “SOC  Monte pa’l pueblo”, sino también educar y promocionar la forma de  gestión y tenencia de esa tierra y la forma en que se producen y se  distribuyen los productos del campo. Por eso, las experiencias  socialistas actuales de Cuba y Venezuela deben darse a conocer para  elevar la conciencia comunal y comunista y avanzar en el proceso de  liberación social. 
   Por supuesto que también hay experiencias tradicionales que se deben  reactivar, promover y actualizar como es el caso en nuestra península  del pastoreo extensivo de la trashumancia. Como dice J. Garzón de la  Asociación Consejo de la Mesta, “Desde hace al menos 7.000 años, los  ganaderos ibéricos han sabido adaptarse a las condiciones climáticas de  nuestra Península, desplazándose con sus rebaños entre los valles en  invierno y las montañas en verano, recorriendo para ello cientos de  kilómetros cada primavera y cada otoño. Han contribuido así a la  conservación de una red extraordinaria de corredores ecológicos, las  vías pecuarias, con más de 125.000 Km de longitud y 400.000 Ha de  superficie, manteniendo pastizales naturales con una de las mayores  diversidades biológicas conocidas: más de 40 especies diferentes de  plantas por cada metro cuadrado de terreno ” (11). 
   Los movimientos trashumantes del ganado, además de garantizar la  conservación y el óptimo aprovechamiento de los pastos y agua  disponibles, adaptándose de inmediato a las condiciones climáticas  cambiantes, tienen una importantísima función para el transporte y  dispersión de semillas a lo largo y ancho del territorio, manteniendo la  interrelación entre los ecosistemas y contribuyendo a conservar su  diversidad biológica. Se estima que cada rebaño de 1.000 ovejas o 100  vacas trashumantes, dispersa diariamente más de 5 millones de semillas y  3 toneladas de abono en forma de estiércol, a lo largo de cientos de  kilómetros de valles, ríos, laderas, montañas y mesetas, durante sus  desplazamientos de aproximadamente un mes en primavera y otro en otoño  caminando por las cañadas (11). 
   En nuestra Andalucía y en Extremadura se debe defender la crianza del  cerdo ibérico en los pastos de las dehesas centenarias de encinas y  alcornoques, cuyo perfecto ecosistema en el que interaccionan y se  enriquecen mutuamente la zona arbolada, los prados, los cultivos y el  pastoreo ha dado origen a propuestas alternativas a los sistemas  agroganaderos intensivos, donde el componente pecuario y el agrícola  dejan de estar unidos y los bosques son mirados más como objetos de  deseo para conseguir nuevos pastos, antes que como elemento  complementario del ecosistema. Ecoverger es un ejemplo de este intento  por volver a sistemas agrosilvopastorales adehesados de aprovechamiento  mixto (pomaradas, montados, dehesas, olivares…), que fueron emblemáticos  paisajes durante varios siglos en otras zonas de Europa como Portugal o  Francia y donde la productividad se mide no sólo por la producción  ganadera sino también por otros productos como la miel, el corcho, la  madera, licores, frutos, etc., y por la armonía saludable que produce la  interpenetración del ser humano y la naturaleza (15). 
   Navas Panadero reconoce que los sistemas silvopastoriles constituyen una  alternativa para la sostenibilidad de la producción bovina, en los que  se incorpora el árbol como elemento productivo, que hace aportes a la  alimentación animal y genera relaciones positivas entre el suelo, las  pasturas y los animales, ya que aumenta la fertilidad del suelo a través  del reciclaje de nutrientes, mejora el balance hídrico, reduce la  evaporación y el estrés calórico en los animales a través de la  producción de sombra, etc. (16). Pero deja claro para qué propone esta  alternativa, para conseguir acceder sobre todo a clientes ecologistas y  consumidores concienciados, “a mercados especiales donde la conservación  de los recursos naturales y el bienestar animal y social son pilares  fundamentales” (16). Este es el razonamiento de los defensores del  capitalismo agroganadero “verde”: aumentar y mejorar la producción para  llegar a nuevos mercados. Pero nosotras y las empeñadas en construir  sociedades autogestionadas, socialistas y comunistas, no podemos pensar y  actuar así. 
   A nivel individual, si nuestra capacidad adquisitiva nos lo permite, o  si hemos decidido vivir en el campo y trabajar de forma respetuosa y  sostenible la tierra y sus frutos, podemos comer sano, productos  ecológicos agrícolas y cárnicos, fomentando la producción y el comercio  local, volver a la austeridad de la relación equilibrada con la  naturaleza y combatir el consumismo desenfrenado de nuestro sistema  capitalista. Pero eso no basta. Hay que actuar también a nivel social y  global si queremos que esa forma de vida llegue hasta nuestra  descendencia. Hay que proponer y promover nuevas formas de consumo y  producción basados en las pequeñas parcelas de poder popular y  autogestionario que podamos conseguir en todas las esferas de la  actividad humana. Hay que estudiar, asimilar, y aplicar en la medida de  los posible, experiencias agroecológicas del pasado y de otros pueblos y  sociedades para ir creando conciencia de esta lacra que nos está  dejando como herencia el sistema capitalista. Hasta hoy día, la vida de  las personas y la del planeta no habían estado más unidas en su futuro y  en su probabilidad de supervivencia. El capitalismo avanzado y  decadente, en un paso de tuerca del desarrollo del mundo, ha conseguido  más que un curso acelerado de materialismo dialéctico al ayudar a poner  en evidencia a muchas personas la rica interrelación del ecosistema  global que forman los seres vivos y la naturaleza toda de la que forman  parte. Si en el pasado era difícil ser revolucionario y ecologista y no  ver esta interrelación, y prueba de ello son los muchos comunistas que  en el siglo XX no acertaron a comprender esta realidad, hoy día es más  transparente que nunca. 
   Pero hubo excepciones. Entre otros, el filósofo marxista W. Harich  escribía a finales de la década de 1970 (17): “ Luchar en las metrópolis  capitalistas contra la destrucción del medio ambiente y el despilfarro  de energía y materias primas quiere decir ofrecer, a la marcha hacia el  suicidio emprendida por la humanidad, una resistencia tal que gracias a  ella sea imposible una recuperación capitalista de la crisis estructural  del presente, recuperación que, caso de llevarse a cabo, no haría sino  reforzar… el poder de las grandes corporaciones multinacionales a costa  de la base natural de la sociedad y en perjuicio de los pueblos  subdesarrollados” (pág. 270). Y abogando por una reducción del consumo  superfluo en la sociedad socialista alemana de la antigua RDA, y  criticando a los fetichistas del crecimiento, escribía: “La circulación  individual con automóviles, el uso de la mayor parte de utensilios  domésticos consumidores de energía eléctrica, (…) el turismo de masas en  aviones, pero también la proporción actual de carne y grasas animales  en nuestra alimentación son algunas cosas entre otras muchas que van a  tener que desaparecer muy pronto y para siempre de nuestra vida…” (pág.  297). El consumismo alimentario y de todo tipo a que estamos siendo  sometidos por el sistema, alimentando increíbles cuotas de  individualismo y egoísmo, es algo que hay que combatir desde ya, dentro y  fuera de las organizaciones revolucionarias. Hay que conseguir un grado  de austeridad en nuestras vidas si queremos construir una sociedad  comunista “homeostática”, como dice Harich. Es muy difícil por lo  imbuidos que estamos de la ideología burguesa e imperialista, pero  participo del optimismo del filósofo alemán cuando expresa su confianza  en la capacidad de sacrificio y heroísmo que ha demostrado el pueblo  trabajador en numerosas experiencias de combate y resistencia a lo largo  de la Historia. No hay otra opción si queremos que nuestro planeta y la  vida que queremos para nuestros semejantes, y el resto de seres vivos  que la pueblan, tengan un futuro. www.ecoportal.net 
   Manuel Almisas Albéndiz – Rebelion - http://www.rebelion.org 
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